Hace más de un siglo, Émile Durkheim planteó que el hecho social es todo comportamiento, forma de ver, pensar, actuar y sentir exterior a la conciencia. La construcción social, en cambio, es lo mismo, pero artificial; es decir, algo que no existía, pero que fue creado a partir de una realidad material para facilitar la interrelación entre sus integrantes.
La nueva controversia por la wiphala, entendida esta como una bandera de los pueblos andinos, plantea el desafío de hacer una correcta interpretación. Reducir su existencia a la teoría de que fue inventada es ingresar en terrenos del constructo social, lo que permite debatir el tema por ese lado. Insultarla, poniéndole etiquetas como “mantel de chifa”, no son más que bravuconadas que no merecen ni siquiera sentarse para tratar el asunto.
Veamos entonces el asunto del invento: la versión que se ha desempolvado en esta nueva controversia es la de la interpretación que se hizo, en Bolivia, en 1979, de unos textos de Juan de Santa Cruz Pachakuti en los que el cronista habla de dos arcos de colores que se sobreponen cuando Apomanco Capac asciende del “cerro de donde sale el sol”. Se trata, obviamente, de una versión sublimada de Manco Capac, a quien se considera primer inca, en la que los dos arcos del cielo son considerados “buena señal”. El indigenista Germán Choque Condori interpretó estos textos señalando que dos arcoíris se cruzan y, al hacerlo, forman el diseño cuadriculado que ahora conocemos como wiphala. Sería una versión convincente de la “invención” de ese símbolo, pero la verdad es que este aparece en nuestra historia, tanto en su diseño como en su nombre.
Sorprende, por ejemplo, una descripción que hizo Alcides d’Orbigny sobre la fiesta de San Pedro que vio en La Paz, cuando visitó Bolivia, allá por 1830, pues escribió que había “dos portaestandartes, llevando una bandera a cuadros blancos, amarillos, rojos, azules y verdes”. Sería aventurado decir que se trataba de una wiphala, pero el diseño multicolor recuerda a otras representaciones como, por ejemplo, los ángeles de Calamarca que habrían sido pintados entre 1660 y 1680. Estos cuadros también fueron usados para desmerecer el origen andino de la wiphala, a la que se intentó asociar con los tercios de España, pero un periodista del diario El Potosí viajó hasta ese país donde consultó el tema a expertos en vexilología que le dijeron que no existe ningún vínculo entre el símbolo andino y esas unidades militares.
En la línea de cuadros del periodo virreinal aparece otra prueba inquietante, y a la que los detractores de la wiphala evitan referirse: el cuadro “Entrada del virrey Morcillo en Potosí” que Melchor Pérez de Holguín pintó en esa ciudad en 1716. En esa obra se puede ver dos banderas en lo más alto del templo de San Martín que son cuadriculadas y con los mismos colores descritos por d’Orbigny: blanco, amarillo, rojo, azul y verde. ¿Cuál fue la intención del pintor al incluirlas en el famoso cuadro? La respuesta está en el templo pues, en tiempos virreinales, era parroquia de los indios lupacas y omasuyos, ambos originarios de las riberas del Lago Titicaca.
Si seguimos retrocediendo, encontraríamos todavía más, como el pictograma que se encuentra en una peña cerca de Copacabana y se denomina Whiphal Kjarkha. Esta no es colonial, sino prehispánica, con lo que se anula por completo el supuesto origen español de la wiphala.
Con esas referencias, es obvio que la wiphala no es una construcción, o una creación, sino un hecho social, algo que surgió en tiempos inmemoriales y se transformó en el tiempo. Eso sí… su origen está geográficamente delimitado a La Paz, así que tampoco se puede decir que sea un símbolo de todos los pueblos andinos.