Y hemos llegado a esos días del año en los que nada parece importar más que la diversión y el desenfreno.
Se trata —como si fuera necesario aclararlo— del Carnaval que se prolongará cuando menos hasta el próximo martes, en el que es el feriado más largo del año, al margen de que, en el área rural, la celebración continuará incluso hasta el próximo domingo.
Frenar el Carnaval es una idea descabellada. El último gobernador que tuvo el Chile colonial lo intentó mediante un decreto de prohibición y esa fue una de las normas más violadas en la historia de ese país. Por el contrario, con el paso de los tiempos, la celebración fue creciendo al extremo de diversificarse y convertirse, en muchos casos, en un atractivo turístico.
El Carnaval es necesario en tanto y en cuanto significa un relajamiento en la rutina diaria, una catarsis colectiva que permite que las sociedades den rienda suelta a sentimientos reprimidos y que, de otro modo, podrían estallar de maneras indeseables. A eso se agrega la dinamización de la economía ya que un feriado largo, como el que caracteriza al Carnaval, permite que la gente viaje y, para ello, pone dinero en movimiento.
Lamentablemente, el relajamiento es interpretado como una permisividad total a título de la cual muchas personas incurren en excesos generalmente acompañados de bebidas alcohólicas y, en ocasiones, de otro tipo de alucinógenos. Las estadísticas demuestran que Bolivia es uno de los países con más alto índice de consumo de alcohol y, como se ha reportado en los últimos días, esa es una de las características que acompaña a la comisión de crímenes, o los detona.
Ahí están, como dolorosos ejemplos, el asesinato de una pareja en La Paz, en la celebración del Año Nuevo de 2018, con características tan escabrosas que no podemos asimilarlas hasta ahora. A eso hay que sumar todos los asesinatos, particularmente feminicidios que surgieron como producto de la ingesta de alcohol.
En el país existe una ley que restringe y norma tanto la venta como el consumo de bebidas alcohólicas pero, aparentemente, fue útil solo durante un tiempo porque, actualmente, cada vez son menos los reportes de arrestos que se hayan producido como consecuencia de su aplicación.
Y es que, más allá de lo que diga la Ley, lo que realmente pesa a la hora de normar conductas es el ejemplo. Es difícil aplicar una norma que limita el consumo de bebidas cuando quienes la vulneran son autoridades o exautoridades. Ahí está, como último ejemplo, el caso de un parlamentario cuya capacidad intelectual se ha evidenciado varias veces, pero se le permite vulnerar normas simple y llanamente porque es una figura “de peso” en una fauna política cada vez más devaluada.
Por otra parte, el Carnaval se considera perjudicial debido a que el relajamiento comienza antes y se extiende hasta después de las fechas fijadas en el calendario para su celebración. Así, muchas instituciones públicas trabajaron a media máquina desde el viernes, debido a la celebración de Jueves de Comadres, y no son pocas las que simplemente decidieron no trabajar ese día, especialmente en el sector del magisterio. Sin embargo, dado lo arraigada que está esta conmemoración, resulta inútil quejarse de ella y no queda más que enfocarse en sus aspectos positivos como los que fueron apuntados líneas arriba.
Queda esperar, entonces, que estos días transcurran en el marco de la mayor tranquilidad posible. Hacemos votos para que el desenfreno no genere en conductas antisociales o delictivas y que, cuando vuelva la normalidad, estemos dispuestos a trabajar más que antes.