Un editorial reciente de un prestigioso matutino habla de casi medio millón de personas “en situación dramática” ante una inminente escasez de alimentos. Se apoya en las declaraciones del director de una ONG y del CONAMAQ. Estarían afectados 166 municipios, donde 486 mil personas estarían en peligro.
No es verdad. Y no lo es porque la información en que se basan esas afirmaciones es parcial y equivocada.
En primer lugar, Bolivia tiene 342 municipios y el Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología (SENAMHI) sólo tiene 176 estaciones meteorológicas y no todas están activas. Muchas están en los centros urbanos o cerca, de modo que son casi irrelevantes para la agrometeorología. Sobre la base de una o dos estaciones meteorológicas en un municipio, no se puede declarar una situación de sequía en todo el municipio, menos en toda una región climática o en casi todo el país.
En segundo, ni el editorial ni sus informantes distinguen entre sequía meteorológica y sequía agronómica. La primera es simplemente un nivel de lluvias menor al promedio de los últimos años. La segunda, que es la que interesa, es un déficit del agua disponible para las plantas. El gobierno no hace ese cálculo, aunque hay metodologías bien establecidas, principalmente el método de balance hídrico de la FAO.
En tercero, se ha hecho un cálculo abusivo de la población “expuesta al riesgo”. En diciembre de 2022 sumaron la población de 80 municipios “afectados” y supusieron que toda estaba expuesta al riesgo. Ahora, suman la de 166 municipios y concluyen que 486 mil personas están en riesgo. Es un cálculo absurdo, porque no considera que en todos los municipios del país el número de personas que compra sus alimentos está creciendo, incluso en las comunidades rurales. Es el mercado, y no la producción local, el que asegura a toda esa gente la disponibilidad de alimentos.
Los que predicen el desastre no quieren ver que el poblador rural compra en el mercado los alimentos que no produce. Por ejemplo, el campesino del altiplano compra aceite, arroz, sal, azúcar, fideos, hortalizas, maíz, harina, etc., y lo mismo ocurre con los de las serranías, los valles y las tierras bajas. Nadie produce todo el alimento que consume, excepto en los sueños de ciertos intelectuales.
Según los “agricultores del CONAMAQ”, “todos los cultivos de papa, haba y quinua, entre otros, han sido dañados y no hay agua para el ganado”. Si esto fuera cierto, estaríamos ante una situación más grave que la de El Niño en 1983, pero no es así, como se puede deducir de una simple comparación de los datos de la precipitación pluvial de entonces con los de ahora. Y no intento minimizar los riesgos de una sequía (agronómica), sino simplemente apuntar que los datos no respaldan la idea de que exista una.
¿Qué se debe hacer?
El gobierno debería, en primer lugar, multiplicar el número de estaciones meteorológicas, para poder generar información que refleje la realidad tal como es. Podría involucrar a los gobiernos municipales, cuya mayoría ha recibido asistencia en la gestión del riesgo agropecuario.
En segundo, debería aplicar el principio esencial de que es mejor prevenir que lamentar. Debe invertir más en ayudar a los productores a prepararse para evitar los impactos de los eventos climatológicos, que en reparar los daños y donar alimentos a diestra y siniestra. Inviertan en sistemas de riego hoy, para no distribuir leche en polvo mañana.
Pero, principalmente, el gobierno debe tomar precauciones porque el problema con los alimentos vendrá por otro lado, por la puerta de sus propios errores.
La capacidad de importar alimentos será afectada por la escasa disponibilidad de divisas para pagarlos. Las RIN en dólares disponibles están en sólo $us.600 millones, cosa que ya es una barbaridad. El resto está en oro físico, difícilmente monetizable. El deseo de importar no bajará, porque es alentado por el tipo de cambio actual, que genera un dólar barato. Para mantener ese tipo de cambio, el gobierno usa las RIN, pero éstas, al estarse agotando, harán inevitable que el MAS tenga que enfrentar de manera directa el asunto del tipo de cambio. Frente a un problema de esta magnitud, el bloqueo de las carreteras del sur del Perú es poca cosa.
Además, el MAS ha creado una red absurda de subsidios y empresas agropecuarias estatales. Como todos sabemos, los subsidios evitan que los precios reflejen el verdadero valor de los productos. Todo sería algo más caro si no hubieran los subsidios. Pero el problema no termina ahí. El gobierno no sólo subsidia, por ejemplo, las carnes de pollo y de cerdo al consumidor, sino también los piensos que consumen esos animales y el transporte necesario para trasladar todas esas cosas hasta su destino. Y así se ha formado una pirámide inmensa y peligrosa, cuyo monto no se conoce.
¿Qué ocurrirá cuando el gobierno no pueda seguir pagando los subsidios? Pues, que los precios de los alimentos subirán a los cielos. Su escalada se verá afectada por la capacidad de importación reducida.
Las empresas agropecuarias que ha creado el gobierno no resolverán el problema porque no tienen ni las capacidades ni la escala como para hacerlo. Producen poco y a costos altos, y obviamente, arruinan a ciudadanos que bien podrían estar produciendo y beneficiándose de tener una empresa privada. En cambio, tienen capacidad para obstruir el funcionamiento del mercado, porque son ellas las que aplican los subsidios, eligiendo a quién darlos y a quién no. Ahí están, vivos y activos, los mecanismos de la prebenda y el clientelismo.
Por consiguiente, las decisiones erradas del gobierno en materia monetaria, en la aplicación de subsidios y en la creación de empresas públicas, son el verdadero peligro que acecha a la mesa de los bolivianos, y no una reducción de las lluvias.
El lector puede estar seguro que los políticos que deciden sobre lo que no saben son más peligrosos que todas las plagas juntas. La crisis del Imperio Romano de Occidente se precipitó, no porque lloviera más o menos, sino porque un gobierno infló el denario y decidió controlar los precios. Fracasó. Pregúntenselo a Diocleciano, que inició el desastre, y a Odoacro, que sacó ventaja de él.
La Plataforma U.N.O. promueve el debate plural pero no comparte necesariamente los puntos de vista del autor.