Más allá de la campaña mediática que han desatado los grupos empresariales interesados en que nada cambie, la verdad es que el futuro del planeta está en riesgo. Diversos informes científicos han denunciado que el incremento de las temperaturas globales, producto de la masiva emisión de gases de ‘efecto invernadero’ en las últimas décadas, está llevando al mundo a un desastre climático de consecuencias catastróficas.
Los datos ya se conocían antes de las cumbres climáticas convocadas por las Naciones Unidas en el marco de la Asamblea General de la ONU. La última se celebró en Sharm el Sheikh (Egipto) entre el 6 y el 18 de noviembre bajo el lema “Juntos para la implementación” y con la vista puesta en renovar y extender los acuerdos alcanzados en el histórico Acuerdo de París. Pero la más memorable de los últimos años fue la que se realizó en Madrid, puesto que allí surgió la figura de una joven activista sueca, Greta Thunberg, que alertó al mundo ante lo que está ocurriendo con el clima y sus efectos para todo el planeta.
En el fondo está en discusión el actual modelo de desarrollo productivista y extractivista que implementan tanto países capitalistas como los socialistas en su afán exclusivo por obtener índices de crecimiento y beneficios materiales para una sociedad de consumo que, en el camino, arrasa con todos los sistemas ecológicos que encuentra a su paso.
La ola de incendios en la Amazonia, y en particular en la Chiquitania boliviana, donde millones de hectáreas fueron devoradas por los incendios, precisamente en ese año, está directamente relacionada con esta discusión global que hemos emprendido sobre el futuro del planeta.
“Pan para hoy, hambre para mañana”, dice el dicho popular. Algo así ocurre con el medioambiente. Los Estados modernos levantan enormes fábricas de industrias contaminantes, amplían las fronteras agrícolas y violentan los bosques, los lagos y los mares con un único afán: aumentar la producción y el comercio de bienes y servicios.
Greta Thunberg no pide un milagro, solo escuchar a la ciencia y actuar ahora. La urgencia es de tal magnitud que, si no hacemos algo en las próximas décadas, en 2100 la situación será una pesadilla. Si solo con el incremento de un grado centígrado estamos observando cómo se derriten glaciares y comienzan a colapsar el Ártico y la Antártida, imaginemos si el cambio climático lleva a un incremento entre 4 y 7 grados centígrados. El IPCC lo ha dicho claramente: los océanos aumentarán más de un metro su nivel, lo que hundirá islas y poblaciones costeras, y obligará al traslado forzado de millones de personas.
Bolivia se encuentra entre los países más vulnerables al cambio climático. La falta de agua, el derretimiento de los glaciares andinos y las sequías ya están afectando a importantes porciones del territorio nacional.
En general, los Estados deben adoptar medidas concretas para cumplir con los compromisos asumidos en el Acuerdo de París de 2016 para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, modificar la matriz energética y adoptar medidas concretas para mitigar el impacto y adaptar a las poblaciones al cambio.
Más allá de la campaña que se estrella contra Greta, todos tenemos una labor que hacer para contribuir a salvar el planeta, la única casa que tenemos en el universo. La participación ciudadana, a través de nuevos hábitos respecto del uso del agua, la energía y la disposición de la basura, son fundamentales para producir un cambio. Greta Thunberg ya hizo su labor en llamar la atención. Es hora de la acción tanto de Gobiernos como de ciudadanos verdaderamente comprometidos con el planeta Tierra.