Hubo un tiempo en el que medidas de presión como paros, huelgas de hambre y bloqueos de caminos eran efectivas… Afectan al aparato productivo, por eso mismo son indeseables. Cualquier gobernante busca evitarlos y, para ello, agota las vías del diálogo. Eso sí, hay que admitir que estos procedimientos, aunque suelen ser demasiado habituales en nuestro medio, han dejado de ser exclusivos de países como Bolivia o, sin ir muy lejos, Argentina: en el Viejo Continente han sorprendido últimamente movilizaciones y protestas similares.
Las huelgas de hambre suelen inquietar a los gobernantes, porque son autoatentados contra la vida misma de quienes las ejecutan. A nadie le gusta ser responsable del deterioro de la salud de una persona, por tanto, con esa medida, los manifestantes solían lograr buenos resultados. Un ejemplo histórico en Bolivia es aquella huelga de mujeres mineras que fue instalada contra la dictadura de Hugo Banzer Suárez, a quien exigían una amnistía para los perseguidos políticos.
Los bloqueos de caminos son también medidas extremas cuyo principal propósito —a veces se olvida esto— es el de evitar la llegada de alimentos a las ciudades. Un daño colateral: impedir que los viajeros sigan su trayecto. Antes se utilizaba poco, porque era una medida que se ejecutaba cuando habían fracasado otras. Era, entonces, algo así como un último recurso.
Todo esto cambió con la irrupción en el escenario político del entonces dirigente cocalero Evo Morales, con cuyas bases aplicaron tanto esta forma de protesta que después se hizo habitual.
El concepto básico que se tenía de los cultivadores de coca era que producían la hoja para el masticado tradicional; pero la que se siembra y cosecha en el Chapare no sirve para eso y tiene otros usos. El Gobierno de Estados Unidos advirtió que los cultivos excedentarios se destinaban a la fabricación de cocaína, y, en ese sentido, presionó a su par boliviano para que los erradique. Los cocaleros salieron al frente para evitarlo y de los hechos, que se manifestaban con presiones, saltaron a la política con Morales a la cabeza.
Los cocaleros no hacían huelga de hambre ni paraban (eso solo les perjudicaba a sí mismos), pero se convirtieron en maestros en bloqueos de caminos. Ejecutaron varios y algunos fueron tan largos y perjudiciales que consiguieron que escaseen los alimentos.
Como se sabe, Morales llegó a la presidencia del país, pero no se convirtió en bloqueador bloqueado. Cuando los cívicos y las organizaciones sociales recurrieron a las medidas de presión en su contra, él respondió con indolencia. De esa manera, los paros que antes duraban solo unos días se convirtieron en prolongados días de presiones. Pero, el Presidente no aflojaba.
Los paros, huelgas y bloqueos se desgastaron y no suelen provocar un gran impacto en los gobiernos de turno. Pasó con Evo Morales, luego con Jeanine Áñez y, por lo visto hasta ahora, lo mismo está ocurriendo en la actual administración de Luis Arce.
Las medidas de presión tradicionales no causan ya el efecto de antes. Ahora, una región puede estar en paro por semanas enteras y el Gobierno simplemente mira de palco. Es más fácil eso que dar el brazo a torcer.
Entonces, ¿cuál será el sentido de estas acciones de protesta? La respuesta parece obvia. Y, más allá de la legitimidad de los reclamos, a eso hay que agregarle que se ha hecho costumbre la imposición: con el paso del tiempo, algunos sectores se han ido sumando a la idea de que los paros y bloqueos más perjudican que contribuyen.
Los dirigentes tienen que encontrar recursos alternativos a estas medidas de presión por dos motivos centrales. Primero, para que lleguen a conmover efectivamente al Gobierno; y, segundo, para que los propios ejecutantes —los diferentes sectores de la sociedad— se involucren con la protesta y no salgan afectados económicamente, entre otros perjuicios.