Al haber caído el Día del Padre en domingo, la revista Ecos, que circula con este diario, presenta una nota —otra— sobre la paternidad responsable. Y es que eso es algo sobre lo que se debe insistir en países como el nuestro donde, debido al machismo secular, todavía no se entiende el papel del padre en su real dimensión.
Y no se trata simplemente de reconocer la paternidad, y dejarla inscrita en el Registro Cívico; tampoco simplemente de proveer alimento. La nota de este domingo dice que es necesaria la presencia del padre en el hogar, para apuntalar la formación de los hijos.
El problema no es nada nuevo. Por el contrario, uno de los rasgos constitutivos de nuestra sociedad, desde que se inició el proceso de conquista, primero, y de colonización después, fue la proliferación de hijos engendrados en circunstancias muy distintas a las esperadas según el ideal familiar.
Las causas y consecuencias de este mal social son sin duda muchas y muy complejas; van desde lo psicológico hasta lo económico. Pero entre ellas hay una principal, que es la relacionada con la pobreza.
La pobreza que afecta a la inmensa mayoría de los hogares bolivianos es, por supuesto, uno de los principales factores que impide que muchos padres sean todo lo buenos que quisieran ser y seguramente serían en mejores circunstancias. Eso tiene entre sus muchos efectos que gran parte de los hogares bolivianos estén a cargo de mujeres solas o, lo que a veces es peor, de hombres que más que un sostén son un lastre para el hogar.
A principios de este siglo, la Comisión Económica para América Latina (Cepal), publicó que este problema tiende a adquirir dimensiones crecientes.
La paternidad, que por diferentes circunstancias no es ejercida con todas las responsabilidades que conlleva, es identificada por eso como uno de los factores que determina la agudización y reproducción de la pobreza en nuestros países. Y como si las causas económicas no fueran suficientes, intervienen, también, y en no poca medida, aspectos culturales que se reflejan en que la paternidad es considerada, en términos de identidad, como un elemento marginal para muchos hombres latinoamericanos. En ese sentido, decía la Cepal, es frecuente encontrar una variedad de actitudes paternas que atentan contra los derechos de las niñas y los niños, como el rechazo a reconocer la responsabilidad en la procreación, la negación a asentarlos legalmente, el incumplimiento del papel proveedor, la falta de cuidados y de atención emocional y el abandono.
La paternidad irresponsable o no comprometida es, pues, en países como el nuestro, además de consecuencia, una de las principales causas de la reproducción de la pobreza y con ella de la multiplicación problemas colaterales como la delincuencia juvenil, la violencia intrafamiliar y responsable directa del aumento de la prostitución infantil y la violencia sexual.
Paradójicamente, pese a su evidente importancia, la paternidad responsable y la necesidad de promoverla no figura entre las prioridades de las políticas sociales en nuestro país. Y si bien es poco lo que puede hacer para resolver, por lo menos en el futuro inmediato, las causas económicas, sí se puede y se debe atacar la vertiente cultural del problema. De lo que se trata es de construir, no contra los hombres, sino con ellos, nuevos paradigmas de paternidad de modo que quienes por diferentes circunstancias no pueden o no quieren asumir las consecuencias del acto procreador, eviten traer al mundo niños y niñas que no tengan a quién felicitar en un día como hoy.