La pandemia aceleró el uso de los instrumentos de la Inteligencia Artificial (IA). Mientras la revolución urbana buscaba disminuir el tiempo de tránsito, transporte, contaminación ambiental y costo a nuestras necesidades, y así pudiéramos mejorar la calidad de vida, el covid nos obligó a aprender y usar muchos instrumentos, hoy, imprescindibles.
Lo primero que se limitó fue el salir a la calle y, debimos encontrar formas para proveernos de productos hogareños y de consumo cotidiano a través de aplicaciones que ofrecían hacer las cosas por nosotros; así descubrimos masivamente las ventajas del ‘delivery’.
La educación a distancia y el aprendizaje virtual pusieron en tensión el sistema educativo, la capacidad de profesores, alumnos y padres de familia, que debimos ajustar los mecanismos de aprendizaje, evaluación y transmisión del conocimiento.
El golpe a la salud fue el más contundente, pues estaba ligado a la vida y la necesidad de conservarla y defenderla. El ulular de las sirenas era el sonido que nos recordaba la tragedia y la forma cómo se imponía el dolor; hubo que inventar procedimientos para facilitar el contacto médico, traslado de diagnósticos, compra de medicamentos y gestiones de salud, en el sector público y en el privado.
Hacer filas resultaba sencillamente suicida, por el hacinamiento que significaban y la necesidad continuada de trámites y procedimientos públicos, privados, bancarios y administrativos. Se multiplicaron los sitios webs con ofrecían accesos amigables y cercanos.
Todos necesitábamos trabajar, porque las necesidades aumentaban, y se produjo el desarrollo y la consolidación del teletrabajo de manera masiva. Oferta y demanda laboral a distancia, hoy, forman parte de una práctica que se sigue consolidando.
El tiempo empezó a medirse de otra manera y los días se convirtieron en un domingo permanente. La administración y gestión del tiempo por estas exigencias acarreó el replantearnos hábitos, costumbres y relaciones. El aumento del tiempo libre abrió la posibilidad de potenciar el relacionamiento familiar y humano y fomentó las relaciones básicas, que se convirtieron –en algunos casos– en dolorosamente cercanas.
La pandemia nos obligó a administrar nuevas realidades y categorías... y empezamos a escuchar cómo irrumpían la miniaturización, la nanotecnología, la computación cuántica, las nuevas telecomunicaciones, mientras las tecnologías digitales mostraban transformaciones en ‘machine learning’, procesamiento masivo de datos, robótica y biotecnología. Y al volverse la virtualidad parte de nuestras vidas y demandar nuevas habilidades, creció el riesgo de disminuir la convivencia y el contacto personal, naciendo otras soledades y distorsiones de conductas por el desgaste emocional. ¿Por qué negarlo si todos somos conscientes de la aparición de secuelas y consecuencias que están modificando conductas y comportamientos? El estrés, la intolerancia, nuevas fobias y dificultades de relacionamiento han llegado para quedarse.
Las dos realidades (los avances y los riesgos) son ciertas y ambas tienen mayor impacto en las ciudades, por las concentraciones humanas. Ambas son parte de nuestro futuro y, por ello, debemos cuidar que nuestras ciudades tengan dimensión humana.
En nuestra ayuda aparece entonces el paradigma de “La Ciudad de los 15 Minutos” que, en esencia, no es otra cosa que volvernos nuevamente sujetos territoriales, con un mapa de servicios en nuestro entorno. La planificación urbana adquiere un enfoque de practicidad y debe ayudarnos a disminuir distancias, tener consciencia de lo que tenemos y nos falta, y lo que necesitamos para vivir en esta nueva realidad. Todo eso puede estar en un mapa reflejado en el celular y en los instrumentos que facilitan la vida a través de la conectividad. El acceso a la internet es el nuevo derecho humano del siglo XXI.
Este es el momento de dar un salto de consciencia.