El rencor influye mucho más en nuestras vidas de lo que imaginamos. Muchas de las decisiones que tomamos, pero, sobre todo, que toman quienes deciden nuestro futuro desde los espacios de poder, están basadas en el rencor, y, peor aún, vivimos fomentando el rencor en la sociedad y procurando generar rabia entre quienes piensan diferente. Frente a ello tenemos una situación de anomia, por la cual la indiferencia ciudadana se combina con la pérdida de la credibilidad de las instituciones, de los liderazgos y de las normas que debieran darnos certidumbre y estabilidad.
Realizo estas reflexiones a partir de dos artículos que leí recientemente: En el primero Matthew Rousu, decano de la Escuela de Negocios Sigmund Weiss, analiza las enseñanzas de la serie “Succession”, de HBO, en la que se aplican muchas enseñanzas de la teoría de juegos, entre las cuales el autor estudia el valor del rencor en la toma de decisiones. Si bien la teoría de juegos ha priorizado el análisis de los problemas económicos, sus conclusiones sobre el proceso de la toma de decisiones se pueden aplicar a la conducta humana en general.
El rencor provoca que nuestras decisiones no sean racionales, puesto que, en lugar de procurar el bien común, o incluso el bien propio, simplemente busquemos satisfacer nuestros sentimientos más negativos. En Bolivia, no somos ajenos a este problema. Por el contrario, podríamos decir que los mitos y relatos que sustentan los principales hechos de nuestra historia y las fuerzas que determinan nuestro futuro están basados en el rencor.
A lo largo de la historia nacional el rencor ha justificado el fracaso en la construcción de un Estado moderno e institucionalizado, la desintegración social y la falta de oportunidades para que nuestro pueblo pueda vivir en una sociedad abierta y próspera. Este rencor se dirige principalmente hacia los extranjeros, a quienes se culpa de nuestro atraso y nuestra pobreza, acusándolos de expoliar nuestras riquezas naturales. Es la forma por la que evitamos la autocrítica y el asumir nuestras responsabilidades en el subdesarrollo.
Este rencor ha conducido la política nacional de los últimos 20 años. No solo el rencor ha marcado el discurso oficialista, sino también sus decisiones y políticas. Es la búsqueda de la confrontación permanente. Lamentablemente, el rencor y la rabia contagian al conjunto de los espacios políticos, por lo que el poder se vuelve sinónimo de revanchismo y de venganza. En la actualidad, el rencor divide hasta al mismo partido de gobierno, en el que las acusaciones de vínculos con la corrupción y el narcotráfico vuelan de un lado a otro, bloqueando incluso la gestión legislativa, acelerando la caída de las reservas internacionales y provocando una crisis de confianza en la estabilidad financiera.
En el segundo artículo, “La Anomia que nos inunda”, Jaime Durán Barba analiza a la anomia, la que, en sus propias palabras, es esa sensación de que las leyes no garantizan el funcionamiento de un orden social que beneficie a todos, provocando en el individuo miedo, angustia e inseguridad. Esto produce esa tendencia generalizada a no cumplir con ninguna norma y dedicarse solo a buscar placer.
En Bolivia, tampoco somos ajenos a esta situación. Si nos preguntamos en qué ideas, principios o valores se fundamentan las disputas por el poder, en sus distintas instancias, ya sean municipios, gobernaciones, la justicia, el futbol, el Gobierno nacional; en fin, todo lo que implique un espacio público de influencia o poder, comprobaremos que más allá de los discursos, la verdadera disputa se da alrededor de la pugna por el control de los recursos públicos y/o el control del poder administrativo del Estado, que se vuelve fácilmente en instrumento de cobros irregulares. Los permanentes escándalos de corrupción hunden a la esfera pública en un círculo vicioso de descrédito que profundiza la falta de confianza ciudadana y anula las referencias que deberían guiar a la sociedad.
¿Qué hacer frente a esta situación? Desde el ámbito político partidario difícilmente venga la solución, puesto que la competencia electoral asfixia el espacio para la moderación y la racionalidad, favoreciendo al populismo confrontador. Por lo tanto, es desde el debate de las ideas desde donde se puede influir a la sociedad civil para vencer el estado de anomia y reconstruir un nuevo pensamiento nacional proactivo y propositivo que permita proyectar un país democrático, moderno y próspero.
* Ha sido senador y ministro de Estado.