Aunque no lo parezcan, las pandemias son más comunes de lo que se cree. De hecho, la mayoría de las enfermedades que actualmente afligen a la población mundial aparecieron de manera muy similar a la del covid-19 y causaron altos niveles de mortandad; después, pasaron a ser endémicas y, actualmente, convivimos con ellas. En esos rangos están el sarampión, la difteria, el tétanos y el coqueluche.
Y, en este punto, es preciso repetir la advertencia que más de una vez han hecho las autoridades sanitarias: hemos bajado la guardia y dejamos de vigilar estas enfermedades. En consecuencia, los niveles de vacunación de Bolivia —que había superado el 90 por ciento— bajaron de manera espeluznante a un promedio del 40 por ciento.
Por los antivacunas, años y años de concienciación se fueron por la alcantarilla y ahora prácticamente hay que comenzar de cero. Es necesario volver a hacerles entender a madres y padres de familia que se debe seguir un estricto régimen con las vacunas para los niños, especialmente en el grupo etario de los infantes menores de cinco años.
Hace pocos días se cumplieron tres años de la irrupción de la pandemia de covid-19 en Bolivia. La experiencia que vivimos con la propagación de esa infección, especialmente durante los primeros meses, ha dejado lecciones que no todos han sabido asimilar.
En tres años, los bolivianos hemos aprendido a vivir con el riesgo del contagio, luego de pasar por la incertidumbre generalizada, el temor a la enfermedad desconocida, la negación de la plaga y el rechazo a la vacuna en muchos casos, hasta llegar a la adopción de nuevos hábitos.
Y ciertamente hubo un cambio, así como también ha evolucionado la actitud general de las personas hacia la infección gracias al conocimiento que los médicos fueron adquiriendo acerca del covid-19, la enfermedad que en pocas semanas desbarató la rutina de vida en todos los planos y en todo el mundo.
“La covid-19 puso de relieve que ningún país u organización del mundo estaba plenamente preparado para el impacto de esta pandemia”, recordaba el 9 de marzo, en Washington, el director de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
No solo eso. La pandemia provocó que los países de la región “experimenten una serie de retrocesos (…) que han “revelado o exacerbado las debilidades de nuestros sistemas de salud”, agregaba el ejecutivo de la OPS, evidenciando lo que se vive hoy en Bolivia, especialmente en Santa Cruz, con el dengue.
Es la peor epidemia de dengue que castiga a Bolivia en más de una década y, a diferencia de lo que ocurrió con la pandemia de covid, el dengue es endémico en el país y su transmisión —por la picadura de un mosquito— se dispara durante el período lluvioso como el actual. Eso significa que, si se intervenía a tiempo, pudo haber mitigado la expansión del mal.
Pero la intervención de las diferentes instancias de salud se dio solo, básicamente, cuando los hospitales comenzaron a saturarse de enfermos y cuando aumentaron los decesos por esta causa. Hoy, Santa Cruz vive una “situación alarmante”, pues los casos de dengue continúan aumentando. Más de 13.000 personas se han infectado desde principios de 2023 y más de 40 personas —la mayoría niños— han fallecido por este temible mal.
Es muy probable que esas cifras hubieran sido menores si las acciones para mitigar la expansión del dengue se hubiesen ejecutado meses antes. Y es también posible que menos infectados hubieran muerto con más hospitales y médicos para atenderlos. (R)