Bolivia es el país de los paros, huelgas y los bloqueos. Si levantáramos una relación de la cantidad de veces que tuvimos esas medidas de presión, las cifras serían increíbles, por lo abultadas. Al mismo tiempo, si las comparamos con lo que pasa en otros países, veremos que en estos también se ejecuta estas presiones, pero en una cantidad notoriamente menor. Es más… donde encontraremos que ocurren será en naciones vecinas y con las que compartimos vínculos culturales, como Perú y Ecuador. Hay huelgas en los demás países, pero de manera esporádica, casi excepcional.
En Estados Unidos y Europa, las huelgas son muy raras. Ocurren, pero de manera más bien sectorial. No se conoce la figura de la “huelga general indefinida” porque, teórica y prácticamente, esta es la paralización total de un país, algo que esas economías no se pueden permitir. Para los habitantes de esas naciones, la paralización del aparato productivo es inaudita, casi inaceptable, porque frena la producción de bienes y servicios y, consiguientemente, ralentiza la circulación de dinero en efectivo. Debido a ello, los principales afectados por esa medida no son los gobernantes, cuya economía se desarrolla en otros niveles, sino los ciudadanos.
Precisamente por la necesidad de que la maquinaria económica no se detenga, el confinamiento al que obligó la pandemia de covid-19 fue una medida excepcional que causó daño a todos los países que la aplicaron. Aún hoy, se hace esfuerzos para volver a los niveles económicos anteriores al confinamiento.
Se ha demostrado, entonces, con los hechos y de manera mundial, que no se debe paralizar el aparato productivo; ergo, debido al perjuicio que ocasionan, no debería realizarse paros ni huelgas.
Frente a esa verdad de Perogrullo, cabe preguntarse cuáles son las razones que motivan a que nuestros dirigentes declaren medidas de esa naturaleza. Al paralizar el aparato productivo, se le causa un daño a la economía y eso deja mal paradas a las autoridades, puesto que la gente vincula su bienestar o mala situación al buen o mal desempeño de estas. Se buscan entonces, hacerles quedar en mal.
El caso es que, en Bolivia, hace mucho que a los gobernantes no les interesa su imagen pública. Solo así se explica que asuman medidas impopulares, que desaten represiones y, eventualmente, incluso provoquen la muerte de personas cuando se combate las protestas. Por esa indiferencia, las huelgas han perdido efectividad porque, aunque se afecte la imagen de las autoridades, a estas no les importa así que generalmente no dan su brazo a torcer. Eso explica que en Bolivia hayamos tenidos huelgas tan prolongadas que incluso duraron más de un mes, como ocurrió, en su momento, en Santa Cruz y Potosí.
A propósito de esta última región, en un acto realizado el viernes en la Casa Nacional de Moneda, el doctor en Ciencias Sociales Franz Flores Castro presentó el libro “El esplendor inútil” en el que, entre otras cosas, se hace un análisis de los efectos que tuvieron las huelgas en este Departamento, desde 1952 al presente. El resultado es contundente: el analista demuestra, con hechos y cifras, que las huelgas potosinas, incluso aquella famosa que se realizó para oponerse al contrato para la explotación del litio del Salar de Uyuni, no consiguieron nada; es decir, no ayudaron al progreso regional. Por el contrario, al haber sido las últimas huelgas por periodos demasiado largos —19, 27 y 31 días—, le causaron un grave daño económico al aparato productivo regional y los más perjudicados fueron los económicamente vulnerables.
El caso potosino es paradigmático y valdría la pena preguntarse qué pasa en las otras regiones. ¿Cuáles fueron los efectos de la prolongada huelga cruceña del año pasado? ¿Qué pasa con las que se ejecutan en Chuquisaca?