Una violencia de nunca acabar

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 20/04/2023
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Lo acontecido este miércoles en Sucre, con la muerte violenta de un hombre de 52 años de edad, en un confuso episodio que se registró en inmediaciones del barrio San Luis, pone nuevamente en el tapete del debate el grave problema de la violencia en el país.

Cotidianamente los medios de comunicación informan de casos de violencia que tiene a la mujer como víctima principal, sobre todo, de la violencia machista que aún impera en la sociedad boliviana.

La violencia existió siempre, igual que la criminalidad. Ambos son males o enfermedades sociales que subyacen en el subconsciente colectivo, en ese que explosiona periódicamente y se vuelve masa sedienta de sangre, diáspora asesina que devora racionalidad a su paso y solo vuelve, o se repliega, a sus orígenes cuando la o las víctimas exhalan su último hálito de vida.

Esa violencia es la que motivó actos de barbarie en los tiempos en que los cuscos, habitantes de la ciudad de ese nombre, se expandían hacia tierras de canas, chancas y collas; la que no solo ayudaba a matar, sino también a devorar pedazos del enemigo cuando este todavía estaba vivo; es la que dio origen a costumbres reprochables como fabricar tambores con la piel de los vencidos o beber su sangre utilizando sus cráneos como vaso.

Se trata de la misma violencia que se arrastró hasta el periodo colonial, cuando los alzamientos degeneraban en crímenes como los cometidos en Oruro tras la sublevación de Sebastián Pagador quien, poco después de su gesta, fue una de las víctimas de los saqueos. Es la que se advierte en las guerrillas que, como Ayopaya y Sica Sica, introducen la antropofagia como una práctica común para frenar el hambre. Es la misma que estalló en 1899 en Ayo Ayo, donde casi una treintena de chuquisaqueños fueron asesinados y descuartizados sin piedad.

Así, sin cambios sustanciales, la violencia llegó hasta nuestros días.

A veces, incluso, fue confundida con lo que se llegó a denominar “justicia comunitaria”, que, según las demandas indígenas, es otra cosa. Esa clase de justicia, muchas veces, pasó a convertirse en un arma política, totalmente alejada de su verdadero propósito.

Hasta no hace mucho, algunos tipos de violencia eran sectoriales, limitadas a ciertos segmentos y, por eso mismo, era considerada un fenómeno aislado. Pero dejó las comunidades del área dispersa y llegó a las ciudades, a los congresos, a las asambleas legislativas, y, de pronto, los recintos destinados a la elaboración de leyes se convirtieron en escenarios del crimen, como cuando el asambleísta que violó a la mujer encargada de la limpieza nos recordó que todo aquello de la igualdad y las leyes de avanzada no eran más que máscaras en un teatro en el que la violencia tenía el papel principal.

En lo cotidiano, es lamentable ver cómo se suceden los asesinatos —en sus formas de aberrantes feminicidios o infanticidios, o también de hombres contra hombres, por supuesto, también condenables—, sin que nadie haga lo suficiente para frenar esta vorágine de horror, dejando en completa indefensión a la sociedad.

Lo ocurrido este miércoles en Sucre merece una investigación policial seria. De fuentes extraoficiales, se sabe que la víctima mortal, de iniciales L.E., de 52 años, habría contraído una deuda y, a partir de este dato, hasta esta redacción llegó la versión de que en su entorno sospechan de un posible ajuste de cuentas.

Entre tanto, en general, es sabido que la violencia está enquistada en la sociedad desde los propios espacios del poder legal y fáctico, que son los que deberían dar el ejemplo a la ciudadanía de a pie.

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