Hace un tiempo, durante una investigación en el Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, por casualidad vi un aviso en un periódico de Sucre de hace unos 150 años donde se felicitaba a la Alcaldía por haber realizado una campaña de eliminación de perros vagabundos. Sin embargo, el redactor sugería que en próximas ocasiones en vez de palos se utilizara veneno. Eran otros tiempos, con otros criterios de relación entre humanos y caninos…
En la actualidad nos estamos acostumbrando a tener la ciudad con abundancia de perros en las calles, aceptando que diariamente hay múltiples mordeduras a personas que utilizan el mismo espacio público. Inclusive, se informó de perros peligrosos, como pitbulls, soltados en la noche a la calle por la que circulan transeúntes. Apareció como noticia porque atacaron a otras mascotas.
También hubo algunos casos en las zonas periurbanas de rebaños enteros de ovejas matadas por esos mismos animales. (Ojo: Atribuir esas matanzas a un puma, como se sugirió, no es muy creíble porque animales silvestres matan para comer, no por gusto de matar, como sí lo hacen los perros entrenados para ello). Definitivamente, son otros tiempos.
Últimamente, se habla de otro problema, que son los autos que atropellan a perros en la calzada, espacio público primeramente destinado a los vehículos. Hasta llegan a detener y enjuiciar a los choferes que han tenido la mala suerte de cruzarse con ellos. Y, mientras tanto, parece que se olvidan de la responsabilidad de los dueños de las mascotas de cuidarlas y de no dejarlas sueltas en la calle, como está, o por lo menos estaba, normado en los reglamentos municipales, peor si no han dado algún adiestramiento vial a sus canes para evitar que corran hacia los vehículos. Para los automovilistas, esquivar a los animales que aparecen por sorpresa conlleva otros riesgos de tráfico, posiblemente con consecuencias más graves para los usuarios del espacio público.
Para contar una experiencia propia, algunas veces, cuando andaba en mi bicicleta me perseguían jaurías o perros solitarios. En ciertos momentos, pateaba a uno que ya tenía sus mandíbulas con dientes feroces demasiado cerca de mi talón. Ahora, me pregunto: ¿Fue eso un delito? ¿Y de quién? ¿Del dueño del can, de la instancia encargada de garantizar seguridad en la vía pública o del ciclista atacado?
Creo que nadie en su sano juicio quiere hacer sufrir a ningún animal, pero necesitamos cierta racionalidad para garantizar un uso libre y seguro del espacio público para todos. Aunque los criterios cambian en el tiempo, siempre es bueno reflexionar y ver los intereses y situaciones de todos, no tomar decisiones desde una sola perspectiva. Así, se llega a una mejor convivencia entre todos.