Gary Prado Salmón: La caída de la última ficha

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 07/05/2023
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El general Gary Prado Salmón ha muerto. Después de una larga vida, plagada de hechos que la configuran como una novela, fue la parca la que le hizo jaque mate. Así cayó la última ficha del complejo ajedrez que se tejió y jugó luego de que Ernesto “Che” Guevara fuera asesinado en una escuelita de La Higuera, cerca de Vallegrande, el 9 de octubre de 1967. 

Prado contó centenares de veces cómo fue la captura. A diferencia de otros oficiales del Ejército que participaron en los hechos del 8 y 9 de octubre de 1967, no solo no conservó perfil bajo, sino que se hizo demasiado visible y hasta llegó a escribir libros sobre su experiencia en Ñancahuazú.

Su versión sobre la captura era la misma, en el fondo, puesto que apenas variaba en algunos detalles. Contaba que el líder de la guerrilla de 1967 se identificó con el fin de evitar que le disparen y hasta les dijo a sus captores que más valía vivo que muerto. Y era cierto. Guevara era una figura muy notoria de la revolución cubana, que se había convertido en un estigma para el gobierno del presidente René Barrientos Ortuño.

Entre los primeros éxitos que se anotó el gobierno de Barrientos estaba la captura del escritor Jules Regis Debray, que era uno de los guerrilleros y fue sometido a un juicio que, finalmente, lo condenó a 30 años de cárcel. En un tiempo en el que no existía la comunicación satelital, y mucho menos internet, el juicio fue demasiado publicitado y eso resultó incómodo para el régimen de Barrientos.

Por eso, la noticia de la captura no fue precisamente buena por una razón: el Che estaba vivo. Si se lo sometía a juicio, la atención mediática sería mucho mayor que con el juicio a Debray. Esa fue la razón por la que Barrientos y el Alto Mando Militar tomaron una decisión drástica: Guevara debía ser ejecutado y la versión oficial que se daría sobre eso sería que murió en combate.

El Che fue capturado vivo el 8 de octubre de 1967 y hasta tuvo momentos de distensión con su captor, el entonces capitán Gary Prado Salmón, quien le dio cigarrillos Astoria que el guerrillero fumó en su pipa. En gratitud, le obsequió dos Rolex.

Las cosas fueron muy distintas al día siguiente. Con la participación del agente de la CIA Félix Rodríguez, los militares ejecutaron la orden. Pidieron dos voluntarios —porque había otro detenido, Simeón Cuba— y el que se ofreció a matar al Che fue el sargento Mario Terán Salazar. Lo hizo a sangre fría, porque estaba furioso con Guevara debido a que vio morir a sus dos amigos, que también se llamaban Mario, en los combates del día anterior. Como se trató de un ajusticiamiento sin juicio previo, adquirió las características de un asesinato.

El cadáver del Che fue mostrado en Vallegrande con la versión de que había muerto en combate, pero la mentira duró poco. Una periodista francesa, Michelle Ray, logró contactar en Cochabamba a Terán cuando este gozaba de un descanso y le hizo confesar que él lo había matado. La noticia, publicada en la revista Paris Match, tuvo el efecto de un terremoto en el gobierno de Barrientos y el Alto Mando tomó otra decisión: Terán debía desaparecer. Pero, como tenía familia, se lo hizo desaparecer de otra forma.

Allí intervino Prado Salmón, quien le dijo a Terán que se calle y no vuelva a abrir la boca. Entonces, el “soldadito boliviano” se borró para el mundo y surgió la leyenda de la “maldición” del Che: muchos de los involucrados en su desaparición también murieron o les pasó alguna desgracia. El mismo Prado fue herido en su columna y tuvo que usar silla de ruedas.

Si hubo alguna maldición, lo alcanzó en el gobierno de Evo Morales cuando se lo involucró en el “caso terrorismo” y en la conspiración de Eduardo Rosza al que, curiosamente, llamaban “el Che de la derecha”.

Esa es la dimensión del hombre que murió ayer.

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