Han pasado 10 días desde que El País de Madrid destapara el escándalo de pederastia protagonizado por el padre español Alfonso “Pica” Pedrajas en colegios de Bolivia. Desde entonces, las reacciones han sido diversas, pero, en general, movilizadoras. Aunque a muchos les cueste admitirlo, el caso del sacerdote jesuita está haciendo reflexionar a la sociedad en su conjunto acerca de las diferentes formas de imposición de la autoridad y, también, sobre cómo se debe —y cómo no se debe— actuar frente al abuso del poder.
A las acusaciones en contra de “Pica” les han seguido otras que involucran a más religiosos de la Compañía de Jesús en Bolivia, aunque, en todas, los señalados son (o, mejor dicho, fueron, porque ya han muerto) sacerdotes llegados desde el extranjero. Entre ellos está incluido el catalán Antonio Gausset Capdevila, el padre “Tuco”, cuyo caso, denunciado por un exjesuita, ha concitado especial atención en nuestro medio debido a que él trabajó en Sucre durante tres décadas y era muy conocido en la Capital.
Como lo reflejó CORREO DEL SUR en su edición de este martes 9 de mayo en una nota de perfil, Gausset ha dividido aguas tras su paso por Sucre: hay quienes lo recuerdan como una persona jovial y un buen amigo que se caracterizaba por su dinámico. Pero otros lo tienen en la memoria por su carácter voluble; ellos aseguran que, así como había días en los que se mostraba afable, algunas veces no podía ocultar su talante vehemente.
Las revelaciones de conductas negativas —algunas de ellas muy graves, como los abusos sexuales— de miembros de la mencionada orden han dejado, además, una suerte de inquietud a nivel social, tratándose de una institución ligada a la Iglesia católica. Es innegable que las familias de Sucre, en general, históricamente, tienen una larga tradición fundada, de una u otra manera, en el catolicismo. Y a nadie le gusta que se le cuestione esas bases, que hacen a la construcción de la identidad y a la creencia de uno mismo.
Es correcta la posición de quienes indican que, por unos cuantos malos religiosos, no se puede enlodar la gran obra desarrollada por la Compañía de Jesús en Bolivia, la tesonera labor de los misioneros jesuitas a favor de los más humildes. Tampoco se debe desconocer que las actuales autoridades de la orden religiosa en cuestión, en primer lugar, pidieron perdón por los abusos; luego, llamaron a las víctimas a denunciar casos similares, y, por último, expresaron su voluntad de colaborar en las investigaciones. Esto último, efectivamente, se concretó con sendas declaraciones de dos de ellas ante fiscales representantes del Ministerio Público.
Sin embargo, queda la duda de si tal prestancia se hubiera dado si el periódico español El País no publicaba el contenido del diario personal del padre Pica. Ahora se sabe que había denuncias contra dos sacerdotes, Luis María Roma y Alejandro Mestre, ambos fallecidos, y, con relación al primero, por un comunicado emitido en septiembre del año pasado, se sabe que la Compañía de Jesús procedió con una investigación interna y concluyó que “esta revela la verosimilitud de lo denunciado”. Pero no hubo más avances al respecto.
Para mayor preocupación, este martes se conoció una nueva denuncia que llegó directamente a la Compañía, a través de sus redes sociales: una mujer afirma que un sacerdote polaco la agredió sexualmente hace 26 años, cuando era una adolescente colegiala.
Es importante no perder de vista que son las víctimas —con todo y su sufrimiento— quienes deben concitar la principal atención. No se trata de acusar, ni de atacar, ni de defender a nadie. De lo que se trata es de llegar a la verdad de los hechos, más allá de que los supuestos responsables de estas atrocidades ya hayan fallecido.
En paralelo, a partir del revuelo causado en apenas una semana y media, desde la propia Iglesia católica boliviana ha surgido una propuesta de debate: la posibilidad de que el celibato sea opcional en el sacerdocio. La planteó ayer mismo el obispo del Vicariato Apostólico de Pando, monseñor Eugenio Coter.
Como lo ha dicho ya el actual Provincial Superior de los jesuitas, es un momento de reflexión al interior de esa comunidad. Pero también lo es para la sociedad entera, para que nunca más tengamos que lamentar abusos aberrantes como los que se han cometido dentro de la Iglesia en distintos países del mundo, incluido el nuestro.