He tenido la mala idea de querer usar mi derecho a la información: he solicitado dos servicios en dos entidades públicas. Me ha ido muy mal, como en la guerra; los servidores públicos están lejísimos de serlo. Estas fueron mis experiencias:
Biblioteca central de la UMSA
Día 1: Logro identificar en esta biblioteca el volumen donde se encuentra una versión impresa del diario del Brigadier Sebastián Segurola, que dirigió la defensa de La Paz durante los dos sitios organizados por Tupac Katari en 1781. Consulto qué debo hacer para obtener una copia bien hecha. La quiero para reconstruir los dos cercos día a día (comparando el diario de Segurola con otros cuatro diarios escritos en los mismos días) y para fundamentar un pedido que quiero hacer al concejo municipal de La Paz: que ordene levantar un monumento a Sebastián Segurola, pues lo único que hay con su nombre es una calle poco conspicua, siempre llena de vendedores de electrodomésticos, alimentos y basura, mientras que muchas plazas, avenidas, calles, parques, pasajes y edificios llevan el nombre del sitiador, Tupac Katari. La encargada me dice que debo mandar una carta a la vicerrectora y me da el nombre.
Día 2: Preparo y llevo la carta. El encargado de la recepción de documentos la lee y me dice que el nombre de la vicerrectora está mal y que debo dirigir mi carta al vicerrector interino, cuyo nombre me da para que corrija mi carta.
Día 3: Llevo la carta dirigida al vicerrector interino. El mismo encargado la lee y me dice con cara de piedra que la vicerrectora ya se ha reincorporado y que debo llevar una nueva carta dirigida a ella. Le replico que mi carta no está dirigida ni a la señora ni al señor en términos personales, sino a la persona que ocupa el puesto de vicerrector y que seguramente supervisa el funcionamiento de la biblioteca central de la UMSA, pero el hombre es totalmente impermeable al razonamiento. Me repite que debo llevar una carta a nombre de la vicerrectora o no hay inicio de trámite. Amén.
Día 4: Llevo la carta a nombre de la vicerrectora y una copia. El encargado las examina con lupa y antes de recibirlas, me pide mi carnet de identidad y la consabida fotocopia firmada. Ahí tiene.
Día 5: Voy a la misma ventanilla, seguro de que ya dieron la autorización para la copia que solicito. El encargado me indica que suba a la oficina del vicerrectorado. Lo hago. Un nuevo encargado me atiende amablemente y me indica que el asunto ya ha sido despachado y que se encuentra en la oficina de la directora de la biblioteca.
Voy, contento, a la oficina mencionada. La directora no está, ha salido a almorzar, cosa que es perfectamente normal. Decido esperar en un café cualquiera. Al empezar la tarde retorno a la biblioteca. Me atiende una señora de quien no podría yo decir si era la directora, la secretaria o una ayudante. Tiene mi nota original en sus manos e inicia su interrogatorio: ¿Para qué “más o menos” quiere una copia del diario? ¿A nombre de institución viene? ¿Y cuantas páginas quiere que le fotocopiemos? (“Es que hemos tenido muy malas experiencias usted no sabe, hasta libros han publicado sin avisarnos”). Le explicó pacientemente a la señora mis razones para querer una buena copia del diario. Es inútil. Empieza a evadirme: “El libro podría dañarse”. Le repito que no quiero copias del manuscrito original, sino de la versión publicada en imprenta. No entiende. A continuación, recurre a las normas: “Es que nuestras normas no nos lo permiten”. Es obvio que no es verdad. La señora no se atreve a decirme de frente que no quieren hacerme el servicio de fotografiar o fotocopiar el libro, porque, repito, no pretendía yo llevármelo a mi casa. Hasta que se me acaba la paciencia y le pregunto derechamente si va a dar curso mi pedido o no. Ni ante una pregunta tan clara y directa es capaz de responder honestamente, y empieza a dar vueltas nuevamente. Es suficiente; le pido que se calle y que no hable más, no puedo soportar tanto disparate concatenado, y me voy.
Claro que conseguiré el diario del brigadier Sebastián Segurola. En alguna otra biblioteca hay otra copia. Espero, naturalmente, que la señora que me atendió no haya sido clonada.
EMAPA
Día 1: busco pacientemente en la página web de EMAPA su rendición de cuentas inicial del presente año. No la encuentro. Noto que han eliminado todas las rendiciones de cuentas de los años anteriores. Llamo por teléfono y la persona que me atiende me dice que sería mejor que vaya por sus oficinas.
Día 2: voy a EMAPA; pido lo que quiero en la ventanilla que tiene habilitada para atender al público (donde el solicitante tiene que pararse en unos escalones con mucho cuidado, porque podría rodar sin remedio hasta la calle). Me responde que debo enviar “una notita” al director general.
Día 3: regreso a EMAPA, entregó la “notita”, junto con una fotocopia de mi carnet de identidad, debidamente firmada con bolígrafo azul. En la nota pido que me den una copia de la rendición de cuentas en formato digital o una fotocopia. Me dicen que vuelva en tres días.
Día 4: cumplido el plazo, regreso a EMAPA. La misma señora que me recibió la nota me atiende y me pregunta a qué dirección ha sido enviada. Le respondo que no lo sé, que son ellos los que deberían saberlo. Le pido que autorice mi ingreso a las oficinas; me lo niega. Mira en su computadora, mira la copia de mi nota y amablemente decide ir ella misma a las oficinas. Vuelve al cabo de unos minutos y me explica que la nota debió haber ido a Transparencia pero que sería mejor que vaya a Comunicación, me da el nombre del encargado y me deja entrar. Entro las oficinas de EMAPA. Me asombra la cantidad de gente apiñada en un espacio tan pequeño; no tienen condiciones para trabajar cómodamente. Encuentro al encargado. Él me dice que la información que busco está en la página web y para demostrármelo activa en su teléfono celular un video en el que alguien usa esa presentación para hacer una exposición. Le explico que necesito la presentación misma, porque quiero descargar y comparar cifras. El señor insiste en que el video es suficiente y que ahí podré ver todo lo que quiero ver. Le hago notar que el video demuestra que hay una presentación en formato PPTX, que esa información es pública por ley y que por tanto no estoy solicitando nada excepcional, pero el señor se empaca y decide no ceder ni un milímetro. Resultado final: salgo de EMAPA con las manos vacías. Regreso a mi casa, vuelvo entrar a la página web de EMAPA y encuentro que el video no existe y el link no funciona.
No quiero revelar los nombres de las dos personas que me atendieron, en la UMSA y en EMAPA. Equivaldría a dejarlos como idiotas públicamente. Es mejor que lo sufran íntimamente.
Si el lector cree que estoy exagerando, le invito a averiguar cómo se hace cualquiera de los siguientes trámites: fraccionamiento ideal de un departamento, trámite de un título profesional en una universidad pública, regularización de una pequeña construcción en el patio trasero de una casa. En cualquiera de ellos se encontrará con el monstruo de casi medio millón de cabezas insensibles: burócratas cuyos sueldos y aguinaldos pagamos con nuestros impuestos.
* La plataforma Una nueva Oportunidad fomenta el debate plural, pero no comparte necesariamente los puntos de vista del autor.