Para construir nuestra propia senda de desarrollo

Juan Luis Gantier 17/05/2023
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El aporte de Carlos Hugo con su publicación: “Un cafetal del tamaño de Bolivia” es digno de apreciar. Desde hace mucho tiempo no tenía en mis manos un verdadero programa de desarrollo productivo partiendo de ejemplos concretos surgidos de la iniciativa privada, del sentido de “alerta empresarial” que aprovecha las condiciones de su medio para lanzarse a las vicisitudes del mercado.

Con ello, Carlos Hugo muestra una mirada positiva del futuro basada en la creación de riqueza que marcha en las antípodas de lo que nos tiene acostumbrado el Gobierno: las megainversiones, los elefantes blancos, matriz que incuba la burocracia rentista que provoca las crisis cíclicas a las que estamos acostumbrados.

Desde otra óptica, a contracorriente, Carlos Hugo nos presenta una propuesta, bajo un punto de vista “optimista” de sociedad civil empoderada y de un “capitalismo de “base ancha”, con un discurso que interpela a los dos millones de propietarios que laboran en el país de manera esforzada y sostenida.

En este universo de base popular pululan empresas familiares aprovechando de la división del trabajo sustentada en las vocaciones y la tradición de las distintas regiones del país. Él dice: El café de Yungas, el de Pando, el que se está sembrando en Beni, es un elemento real en esas zonas; pero, para las otras, el café será: el cacao de La Paz y de Cochabamba, el vino de Tarija, el singani de Camargo, el queso de Azurduy, la fruta de Zudáñez, el ganado del Chaco y, en el caso de Sucre, su ventaja comparativa más importante: el patrimonio histórico y natural para insertarse en el mundo de la creación de riqueza.

El libro presentado inspira para entrever una ventana de oportunidad alejada de los enfoques de ideas y dislates autoritarios partiendo de abajo, de la experiencia concreta del desarrollo económico local, de la provincia, del trabajo del campesino, de su relación con la ciudad.

En lo que nos toca, considero que el turismo surge como una alternativa en la medida en que los viajes para el intercambio cultural se han consolidado como una vertiente creciente que surge con más fuerza después de la pandemia y se caracteriza por una tendencia al gasto no “despilfarrador”, de viajes básicos, necesarios, sustentables y satisfactorios que buscan el roce y la inmersión en otras culturas. Todo ello, como dice el autor, interpela a nuestras posibilidades.

De otra parte, de manera complementaria, un apunte nuevo sobre la demanda turística para Chuquisaca: el epicentro de las llegadas de turistas antes era por La Paz, ahora por Santa Cruz. Según datos de la oficina de Turismo, un 38% de los visitantes tiene su origen en Santa Cruz de la Sierra, lo cual alerta para capturar un mercado en crecimiento como es el cruceño. Según estimaciones por confirmar, cada fin de semana salen, por lo menos, 150 mil personas de esa urbe buscando distintos destinos, tanto en su departamento como fuera del él.

El desafío para Chuquisaca es consolidarse como un eslabón principal que se inicia en Santa Cruz, en Uyuni, sin olvidar lo más importante: poner en valor un destino propio y apetecible para visitantes que llegan con propósitos turístico - culturales no lúdicos; es decir, para aquellos que vienen a estudiar patrimonio, aprender lenguas, asistir a eventos educativos específicos, postgrados, maestrías y también por salud.

¿Qué está en juego? La capacidad de ejecutar por los menos dos tareas centrales: Construir una disponibilidad social para instalar una cultura del turismo cultural, valga la tautología; y, planificar los escasos recursos públicos ordinarios, extraordinarios y cualquier esfuerzo, priorizando inversiones tendientes a poner en valor nuestro rico patrimonio junto a las reformas radicales, tan necesarias, buscando una transición armoniosa del centro patrimonial con las otras áreas urbanas y el entorno rural.

En lo relacionado a lo primero, establezco dos prioridades: La cultura del turismo no puede confiarse exclusivamente a empresas y gremios privados, ni a unidades burocráticas, sino al sector público en su integridad y a la sociedad civil extendida. Se debe involucrar a grandes y pequeñas empresas de hospedaje, formales e informales, restaurantes y bares de todo tipo, unidades familiares de artesanos, comerciantes, sindicatos del transporte, empresas manufactureras y, en el caso del agroturismo, propietarios agrícolas para construir un destino de oferta global “sistémica”.

Sin embargo, para garantizar cohesión social con la cultura del turismo, falta un elemento aglomerante que solo surgirá después de extirpar del imaginario popular algunos traumas que generan actitudes sociales reactivas: En primer lugar, la relación conflictiva con el pasado, por la que una parte importante de los ciudadanos no se sienten representados por este; y, por otro lado, una falacia muy extendida sobre el concepto de modernidad cuando se pretende que el sentido de la funcionalidad y del progreso, acompañado de la tecnología que trae este fenómeno, se sobreponga y aplaste a la identidad propia, cuando lo importante es construir una simbiosis positiva entre ambos elementos.

Sin embargo, lograr un cambio del imaginario social y el uso de los recursos para invertir en la construcción del destino turístico no se logrará solo con planificaciones, acuerdos cupulares, campañas publicitarias, seminarios y oficinas burocráticas si no se acompaña todo ello con señales institucionales precisas en el campo educativo, de la inversión, en los aspectos impositivos, buscando el uso económico del patrimonio mediante la actividad creciente del turismo.

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