El 17 de mayo de 2023, el presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, disolvió la Asamblea Nacional, liderada por la oposición. Se trató de una medida drástica en un momento en el que el líder derechista se enfrentaba a un proceso de destitución por acusaciones de malversación de fondos.
Fue prácticamente un reinicio político y, como se extendió a otras instituciones, ahora no se puede saber si las acusaciones contra el mandatario tenían alguna base o si simplemente se trataba de montajes por parte de una oposición que lo quería fuera del cargo. A estas alturas, a casi un mes de su medida, todo lo que tenía que ver con sus acusaciones ha desaparecido.
La jugada le está saliendo bien. Después de que decretara la “muerte cruzada”, el próximo 20 de agosto habrá elecciones anticipadas y las fuerzas políticas se han enzarzado ya en la pugna por el poder; mientras, Lasso intenta gobernar, por decreto, una situación de crisis severa. La falta de atención le está permitiendo impulsar reformas que de otra forma hubiera provocado levantamientos populares de difícil gestión.
Lasso apenas lleva dos años en el cargo. Fue ungido el 24 de mayo de 2021 en una segunda vuelta en la que se impuso al correísmo de forma más o menos holgada. Su victoria esencial ya la había logrado en la primera vuelta al colarse en el balotaje por la mínima: 19,74% frente al 19,39% del indigenista Yaku Pérez, quien encarna la némesis del movimiento ciudadano del expresidente Rafael Correa, que entonces llevó de candidato a Andrés Arauz. Todo Ecuador sabía que la segunda vuelta sería un plebiscito correísta y que quien entrara, ganaría. Pues, ganó Lasso.
Lasso estuvo casi 20 años como presidente ejecutivo del Banco Guayaquil, alternando siempre con incursiones en la política en diferentes cargos. Desde su victoria en 2021, ha quedado claro que, por encima de cualquier ambición, su misión era esencialmente restaurar la agenda liberal en el país a cualquier precio y por encima de cualquier otro interés político. En esas, Lasso funciona de forma distinta a muchos presidentes, a los que el poder les ciega, y más parece ser un mandatario encargado por otros poderes superiores que le marcan la agenda.
Así, la muerte cruzada le ha resultado un regalo. A Lasso le preocupa más completar su agenda que aferrarse al poder —de hecho, no será candidato en agosto—, y hacerlo en el trámite parlamentario, con su extrema minoría, era mucho más complicado que hacerlo por decreto, por mal que caiga entre la ciudadanía.
La muerte cruzada es un mecanismo que permite al Presidente o a la Asamblea Nacional disolver el otro poder y llamar a nuevas elecciones generales, tanto legislativas como presidenciales. Es una forma de resolver una crisis política o una situación de bloqueo institucional. Se justifica por conmoción social grave y, es evidente que no es el caso. Al menos, no hay mayor conmoción que la de 2022, cuando la subida de la gasolina provocó más de un mes de movilizaciones de los pueblos indígenas y otros sectores populares, o la provocada a raíz de sus intentos de controlar los penales. Sin embargo, con esta determinación, Lasso decretó ya su reforma tributaria, envuelta en un título populista sobre la economía familiar, y se prevé que llegue también una reforma laboral de calado y alguna medida más en forma de amnistía fiscal o similar.
En pocas palabras, Lasso ha logrado reformular su país en la línea liberal que había sido desmontada por Correa. Y consiguió su objetivo. Por eso también no le interesa la reelección. (R)