El presidente Luis Arce ha comunicado ayer al país, desde Coipasa, una buena noticia: las reservas cuantificadas de litio del país han subido de 21 millones de toneladas que se conocían desde hace por lo menos cuatro décadas a 23 millones de toneladas.
Es un anuncio alentador que, por supuesto, luego deberá refrendarse en la explotación efectiva y en la consiguiente comercialización —y/o industrialización— del litio. Es menester que las reservas de estas maravillas naturales no solo formen parte de idílicos paisajes, como el del Salar de Uyuni, sino que, al ser tan valiosos para la economía mundial hoy en día, pasen a aportar significativamente al erario nacional.
El mundo académico volcó sus ojos hacia el Salar de Uyuni en la década del 70 del siglo XX. Desafortunadamente, eran los tiempos en los que los países del Cono Sur estaban gobernados por dictaduras militares, que poco o nada entendían de temas que se discutían en niveles de posgrado de las universidades europeas. Esta lamentable circunstancia histórica fue salvada por el convenio que la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), de La Paz, firmó con la Office de la Recherche Scientifique et Technique Outre-Mer (Orstom; su traducción es “Oficina de Investigación Científica y Técnica en el Extranjero”) de Francia.
Merced al convenio entre la UMSA y la Osrtom, el estudio del Salar de Uyuni comenzó en 1975 y, a partir de entonces, se emitieron informes de manera periódica y hasta fueron publicados libros, particularmente en Europa.
En su obra “Litio: material versátil”, el director de la Carrera de Química de la Universidad Autónoma Tomás Frías (UATF), Guillermo Manrique Morales, refiere que los círculos académicos bolivianos tomaron conciencia del potencial energético del Salar de Uyuni en 1981 cuando se publicó, bajo el formato de libro, el informe “Los salares del altiplano boliviano: métodos de estudio y estimación económica” de los expertos Oscar Ballivián, por la UMSA, y Francois Risacher, por parte de Orstom. Este trabajo es la base de lo que vendría después con el gobierno de Hernán Siles Suazo, que fue el que inauguró el periodo de la democracia mediante el voto y creó el ente colegiado denominado Complejo Industrial de los Recursos Evaporíticos del Salar de Uyuni (Ciresu).
El 17 de agosto de 1989, la Orstom publicó su informe número 17 y en él se indica que solo las reservas de litio del Salar de Uyuni —puesto que también ofrece información sobre sodio, potasio, magnesio, calcio, cloro y ósixo de azufre— eran de 8,9 millones de toneladas y, con esa cifra, ya fueron calificadas como las mayores del mundo.
Estudios posteriores elevaron el número hasta llegar a 21 toneladas, que son las reservas que se modificaron este año con el informe del presidente Luis Arce.
Como se ve, el tema del litio no es nuevo y, por eso, no sorprendió el interés que demostró, en su momento, La Lithium Corporation of America que negoció un contrato directo con Jaime Villalobos, ministro de Minería de Víctor Paz Estenssoro. Sin embargo, al MNR no le alcanzó el tiempo y el contrato del litio fue cerrado con otro ministro del ramo, Gonzalo Valda, ya en el gobierno de Jaime Paz Zamora, en 1990. Ese contrato es el que tuvo que ser desestimado por una huelga que protagonizó el Comité Cívico Potosinista.
Pasaron 33 años y seguimos hablando de reservas, porque Bolivia no ha comenzado a explotar su litio, cosa que sí hicieron sus vecinos Argentina y Chile, con salares pequeños en relación al de Uyuni. El gobierno de Evo Morales ocupó casi 14 de esos 33 años y, pese a sus anuncios reiterados, tampoco inició el aprovechamiento del litio. Las razones del retraso, que él expuso en una conferencia de prensa reciente, no convencen.
Pero, al menos ahora, las noticias son alentadoras.