El hallazgo de otra media tonelada de cocaína, esta vez en cercanías de una pista de aterrizaja clandestina detectada en la provincia cruceña Germán Busch — según lo admitió el propio Gobierno, una de las más extensas que se ha encontrado hasta ahora—, es la clara evidencia de que en el país el narcotráfico todavía se mueve a sus anchas, más allá del éxito de este y de otros operativos ejecutados por las fuerzas especiales antinarcóticos.
Prácticamente no hay semana que los medios de comunicación dejen de informar este tipo de sucesos en Bolivia. Y, sobre todo en el último tiempo, con implicancias internacionales, como en el bullado caso de la droga interceptada en Barajas, el aeropuerto de Madrid.
Se trataba de 478 kilogramos de cocaína que iban en la bodega de un vuelo contratado a una empresa extranjera por Boliviana de Aviación (BoA) y que había partido del aeropuerto Viru Viru, de Santa Cruz de la Sierra.
Más de una decena de funcionarios están involucrados en ese ilícito, algunos de los cuales guardan detención preventiva. Las autoridades españolas han catalogado a la de Viru Viru-Barajas como una de las mayores operaciones de los últimos años en la capital española.
Posteriormente, también fue noticia internacional la caída de una “narcoavioneta” boliviana en la provincia de Chaco (Argentina). Allí viajaban más de 300 kilos de cocaína y se dijo que detrás estaba el famoso clan Lima Lobo, conocido por sus movimientos de cargamentos millonarios de droga en Brasil, Argentina y Uruguay.
Por si fuera poco, casi al mismo tiempo se supo de 10 toneladas detectadas en Hamburgo (Alemania). Provenían de Paraguay, pero una autoridad de ese país identificó en primera instancia a Bolivia como país de origen de esa droga. Aunque esto último fue desmentido por la misma fuente horas más tarde, hay un estigma que pesa sobre Bolivia y esto no es de ahora, sino de décadas atrás.
Los casos suman y siguen. Estos no son los únicos, pero sí los más comentados en el último tiempo. Hace poco, un reporte de la Agencia de Noticias Fides (ANF) daba cuenta de que más de 3,8 toneladas de droga boliviana habían sido incautadas en seis países vecinos.
Evidentemente, hay un problema grave por resolver en cuanto a la capacidad del narcotráfico para desenvolverse en el territorio nacional.
El Gobierno siempre ha negado la posibilidad de que en el país estuvieran operando los cárteles internacionales del tráfico de drogas, y destaca, más bien, la efectividad con la que se combate el narcotráfico. Pero los operativos terminan con la incautación de cientos de kilogramos de droga y con el desmantelamiento de decenas de fábricas de pasta base de cocaína.
Todos los países vecinos sufren, de una manera u otra, los efectos del tráfico de estupefacientes y Bolivia, por su ubicación geográfica, tiene mayores vulnerabilidades que el resto. El poder de las mafias obliga a que las naciones encaren la lucha contra el narcotráfico de manera coordinada y con suficiente capacidad material y logística. Aquí no se trata de sacrificar soberanía sino de aunar esfuerzos con otros países interesados en terminar con esta lacra.