Soluciones conjuntas para problemas comunes

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 27/07/2023
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Desde que surgieron como naciones independientes, los antiguos territorios del imperio español en América intentaron llevar adelante esfuerzos de integración que, finalmente, fracasaron estrepitosamente.

Es emblemático el caso de la Confederación Perú-Boliviana, que Andrés de Santa Cruz prohijó aunque sus críticos digan que su principal motivación fue el notorio cariño que el Mariscal de Zepita le tenía a Perú. Ese proyecto integracionista fracasó porque Chile lo vio como un peligro para sus aspiraciones geopolíticas.

Pero el mayor ejemplo de fracaso integracionista es el del enorme país que se conformó cuando terminaron las campañas de Simón Bolívar. Se llamó simplemente Colombia, pero abarcaba a lo que hoy son ese país, Ecuador, Venezuela y Panamá. En 1830, ese proyecto, al que ahora se le llama “La Gran Colombia”, se vino abajo porque los adversarios del libertador llegaron hasta el crimen para restablecer sus feudos.

Con esos antecedentes, resultó interesante el esfuerzo realizado el pasado 30 de mayo por el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, quien tomó la iniciativa de reunir a los líderes de países sudamericanos en una “cumbre informal” que, sin embargo, cumplió a medias las intenciones de su anfitrión: se dejaron de lado “las innegables diferencias ideológicas” para dar lugar al pragmatismo, pero no se definió plazo alguno a la preparación de una “hoja de ruta para la integración de Suramérica”.

Como se recordará, el encuentro de 12 líderes del subcontinente —11 jefes de Estado y el Presidente del Consejo de Ministros del Perú— tuvo un inicio áspero provocado por la condescendencia de Lula respecto de Maduro al calificar de “narrativas” las críticas sobre la falta de democracia o violaciones de los derechos humanos en Venezuela.

Cuatro presidentes, tres de derecha y uno de izquierda, criticaron esa actitud, pero el asunto no tuvo mayores consecuencias y se impuso el propósito unánime de apuntar a la integración de los países sudamericanos en un bloque.

Se trata de un propósito que tiene poco más de medio siglo, aunque los anteriores intentos lograron alcances menos ambiciosos. Como el de 1969, cuando cinco países crearon el Pacto Andino (hoy Comunidad Andina de Naciones y con solo cuatro naciones), o el 1991, el Mercado Común del Sur (Mercosur), conformado por cuatro miembros plenos y siete asociados.

Pero hubo más. El de Unasur, fundada en 2008 por 12 países —luego abandonada por varios socios por razones ideológicas— y, en 2019, el Prosur, cuya carta constitutiva fue firmada por nueve estados. Ahora nuevamente son 12 los países de América del Sur que reconocieron “la importancia de mantener el diálogo regular, con miras a impulsar (su) proceso de integración y proyectar la voz de la región en el mundo”, tal como enunció el “Consenso de Brasilia”.

Por otro lado, hace una semana, en Bruselas, se celebró la Tercera Cumbre UE-Celac, en la que Europa y América Latina pactaron una nueva agenda de cooperación e inversiones. Allí se reunieron más de 50 líderes.

Como dato importante: La UE es el primer inversor en América Latina y el Caribe con 35% de la Inversión Extranjera Directa (IED) del total que recibe la región, es su tercer socio comercial, después de EEUU y China, y uno de los principales proveedores de fondos de cooperación internacional.

Los alcances temáticos de este tipo de encuentros suelen ser generales, pero se circunscriben a los múltiples desafíos del mundo actual, desde la migración hasta el cambio climático, pasando por la transición energética, el combate al crimen organizado y otros aspectos. Es menester apoyar las cumbres regionales, y entre regiones de distintos continentes, para encontrar soluciones conjuntas a problemas comunes.

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