La cultura del bloqueo

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 30/07/2023
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Una de las razones por las que se afirma que el transporte es malo en Bolivia es la asociada a las medidas de presión. Transitar por las carreteras de Bolivia termina siendo una aventura de alto riesgo, no tanto por las denominadas rutas de la muerte (cargadas de curvas y precipicios), sino por la suma de bloqueos que hacen incierta cualquier programación.

La incidencia de los bloqueos ha sufrido una variante en los últimos años. Estas medidas de presión solían ser comunes en la región occidental, o andina, pero después se multiplicaron en el trópico de Cochabamba, cuando eran encabezados por Evo Morales pero, ahora, han migrado al oriente, igual que mucha gente que se fue a trabajar allá.

En el Departamento de Santa Cruz se ejecuta cuatro de cada 10 bloqueos que hay en todo el país. Si no es en la carretera a Cochabamba, por la zona norte, es en la antigua ruta, y se complementan estas medidas con los cierres que hay hacia Trinidad o hacia a Brasil. Durante los últimos meses, no hubo un solo día que hubiera amanecido con todas las vías expeditas.

Las razones son variopintas: la demanda de una escuela en alguna comunidad, la exigencia de una carretera, la protesta por avasallamientos de tierra y un largo etcétera que no deja de sorprender. Es decir, la medida más común es el bloqueo de carreteras. La cultura impuesta por Evo Morales y los cocaleros en la década de los 90 acabó siendo heredada por sectores que no saben otra manera de llamar la atención.

El impacto negativo es mayúsculo. Pierden los productores, que no pueden sacar alimentos y otros bienes a los mercados nacionales; pierden los exportadores, a los que ahora tanto les cuesta conseguir dólares están sometidos también a lidiar con la necesidad de que sus productos lleguen a los puertos con puntualidad, ya que de lo contrario tienen que pagar multas.

Cuando se habla de turismo, el daño también es inmenso. Cómo podría desarrollarse la industria sin chimeneas si los extranjeros no pueden movilizarse libremente entre el Salar de Uyuni y la Chiquitania, o entre el Lago Titicaca y la Amazonia cruceña y beniana. Siempre hay bloqueos que se sabe cuándo empiezan y no se sabe cuánto terminan.

En síntesis, los bloqueos son como un tiro en el propio pie, una autolesión a la economía por las pérdidas que provocan. A veces, el bloqueo por un tema menor no compensa el boicot económico para el país.

Quienes llaman a organizar bloqueos deberían ser conscientes de que no se está afectando al Gobierno, sino al boliviano de a pie. Cuando una carretera está cerrada para el paso de alimentos, los que más pierden son los productores que ven el deterioro de frutas, verduras, carne y demás, así como los consumidores a quienes se les encarece la canasta básica en los mercados. También son perjudicados los actores del transporte pesado, que cobran un monto por su carga, pero al final queda en nada porque las pérdidas y las multas salen de sus bolsillos.

La cultura del bloqueo debe acabarse, más aún cuando estas medidas de protesta atacan principalmente a Santa Cruz, desde donde sale al menos el 70 por ciento de lo que Bolivia consume, así que su impacto en el costo de vida es directo.

Y como en todo hay parte y contraparte, al Estado en sus tres niveles de Gobierno, le toca desarrollar estrategias para atender los problemas y evitar que se llegue a situaciones que nos afectan a todos con los bloqueos.

Lo peor que puede pasar es que nos acostumbremos a ser un país tranca, porque así se bloquea algo muy importante que es la inversión que ayude a generar riqueza, a generar empleo y a vivir mejor.

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