Ni estatismo ni liberalismo fundamentalistas (*)

Edgar Cadima G. 09/10/2023
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Criticar las propuestas del MAS y las del socialismo del siglo XXI, era una herejía que le costaba a uno una lluvia de epítetos: “neoliberal”, “racista”, “pitita”, “proimperialista”, “derechoso”, “neocolonialista”, etc. El esquema de pensamiento masista es maniqueo, binario: o se está con el proceso de cambio o se está en contra. No hay matices ni puntos grises intermedios.
Actualmente quien cuestiona el resurgente pensamiento liberal es tildado de “zurdo”, “comunista”, “populista”, “flojo”, “parásito estatal”, etc. El esquema binario se repite sin posibilidades de articular libertad, solidaridad, bien común y propiedad.
Cada uno de los polos tiene sus referentes teóricos: por un lado, Marx, Engels, Gramsci, Luxemburgo, el Che, etc. y por otro Locke, Smith, Ricardo, Friedman, Popper, etc.; y los seguidores criollos de unos y otros blanden citas teóricas que parecen evidente en lo abstracto, pero no en la realidad, en la cual hace falta un debate un debate con futuro, que no diluya la perspectiva democrática del país.
Los resultados del proceso de cambio del MAS, de los socialismos reales o los del siglo XXI han sido un fracaso. Han generado atraso, miseria y corrupción, además de un alto costo de vidas. El estatismo a ultranza del MAS sabotea toda posibilidad de desarrollo nacional, no existen estrategias de generación de riqueza ni de solución de los principales problemas que tiene la población y todo se reduce a un “modelo económico caracterizado por una carrera desenfrenada hacia un crecimiento ‘sin pausa’ del consumo, basado en el extractivismo del suelo, de ’tierra arrasada’ (hidrocarburos, minería y agricultura del monocultivo); el despilfarro del capital como gasto dispendioso e irresponsable de la riqueza generando injusticia social, la vigencia estructural de los tráficos delincuenciales y la informalidad. Este modelo socava las bases de sostenibilidad de la naturaleza y de la vida social misma” (Cambio de época. Plataforma UNO 01-2022). 
Paradójicamente, este modelo estatista a ultranza, contiene un alto grado de liberalismo (anarcocapitalista) expresado en los procesos productivos salvajes de los cooperativistas del oro y sus efectos de contaminación en el medioambiente; los productores de coca/cocaína; los contrabandistas y su comercio de ropa usada, electrodomésticos o autos robados; procesos donde el ideal liberal de un Estado mínimo o la ausencia de Estado es una realidad, pero son procesos de acumulación de capital que no se compadecen de la naturaleza ni de las condiciones de vida del resto de la sociedad. Es filibusterismo en su apogeo. 
Haberse opuesto, denunciado y luchado consecuentemente contra esta desgracia neopopulista/estatista da autoridad para criticarla; pero también uno tiene derecho a criticar al neoliberalismo habiendo sufrido la dictadura del capital. Y no me refiero a haber vivido esa dictadura como empleado u oficinista en un país “libre”, sino como obrero en una fábrica, sin ningún otro recurso que vender “su tiempo” (otros dicen su fuerza de trabajo) en el mercado legal y en el mercado negro al empresario que quiera pagar según sus condiciones (o las del mercado, que casi es lo mismo).
Viví ocho años en Suiza (un país cien por cien liberal-capitalista) y trabajé en diferentes ocupaciones. Mi experiencia como obrero en la fábrica Mosser und Glasser. Transformatoren Fabrik de Muttenz (Basel) me permitió comprender el proceso de explotación legal, “con guante blanco”, y tomar conciencia social y política de las luchas por mejores condiciones de vida, 
Una experiencia así, permite comprender la explotación a que es sometida mucha gente y es lamentable que muchos fundamentalistas liberales quieran ahora mostrar el capitalismo como algo idílico, único y la panacea para la situación actual. Da pena escuchar expresiones de muchos opinadores o líderes emergentes del neo-liberalismo fundamentalista que, como gran novedad, señalan que la justicia social es una aberración que fomenta la holgazanería; que el Estado debe desaparecer o ser reducido a su mínima expresión y su función debe ser sólo proteger la propiedad privada y brindar seguridad jurídica; que el Estado no tiene porqué definir el rumbo que debe seguir el país y que cada quien es libre de decidir lo que hace con sus bienes, haciéndose sacrosanta la libertad de mercado y la ausencia de regulación estatal; que hay que eliminar la educación fiscal y la salud pública, dinamitar el Banco Central o la Aduana. Así, proponen volver a la época de las reglas básicas de la acumulación desmedida del capital por la vía del egoísmo, la codicia, la competencia, la imposición del que tiene riqueza, es decir, volver a la sociedad salvaje regida por la ley del más fuerte o el más filibustero.
Proponen un retroceso a las condiciones de surgimiento y consolidación del capitalismo, en las cuales cada empresario imponía, sin regulaciones, jornadas de 14 o más horas de trabajo diarias, salarios bajos y condiciones de vida miserables. El Estado es sólo garante de la propiedad privada y que cada quien sobreviva como pueda. Esas son las condiciones del fundamentalismo liberal que ahora se quiere presentar de forma idílica. Y quienes creen que uno exagera y que esas son cosas del pasado, pueden explorar en internet sobre las condiciones laborales de los talleres de costura de Brasil o Argentina que explotan a migrantes bolivianos; o las fábricas de producción de zapatos y ropa (https://www.xlsemanal.com/conocer/sociedad/20181127/industria-textil-trabajadores-explotacion-laboral-condiciones-mujeres-asia.html ) o la explotación de oro en las minas de Camerún que replican, en gran medida, la dolorosa experiencia del Congo belga (ver, “El fantasma de Leopoldo” de A. Hochschild. Ed. Península, 1998). Todas estas situaciones y denuncias son ignoradas por los liberales emergentes.
Expresiones como: “Señor, haga lo que quiera con su propiedad; yo, como Estado, le garantizo su libertad y propiedad”, generan las condiciones propicias para un anarcocapitalismo. Así, todo está permitido para la mayor acumulación de la riqueza, sin importar como vive el resto de la población. Esa mentalidad, justamente lleva a que la concentración de la riqueza, a nivel mundial, se encuentre en niveles indigestos. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) dice que el 10% más rico de la población mundial posee actualmente el 52% de la renta mundial, mientras que la mitad más pobre obtiene solo el 6,5% 
La justicia social lograda no fue una concesión samaritana de los empresarios capitalistas. La lucha por las 8 horas de jornada laboral fue reivindicada por el pensamiento socialista y, más allá de esa etiqueta, fue una lucha social por la dignidad humana. La lucha por mejores condiciones laborales de las mujeres y/o del derecho al sufragio universal, tampoco fueron concesión liberal; para los liberales no interesa si sigue la explotación laboral que les permite mayores ingresos: es su capital y el Estado debe brindar la seguridad necesaria para explotar como quieran e invertir donde quieran. Además, la salud y la educación son gastos que succionan recursos al Estado, por lo que hay que privatizarlos y que el mercado regule la calidad del servicio; otro retroceso al siglo XVI cuando la educación dependía de ciertas congregaciones religiosas, de asociaciones benévolas y sólo podían estudiar quienes podían pagarla. Así, si se disminuyen los impuestos y se achica el Estado, los recursos para la salud y la educación disminuyen; por tanto, lo mejor es privatizarlos, distribuir “vouchers” y que cada quien resuelva su problema. La justicia social debe ser superada por la justicia del mercado. (Espero que tengan éxito distribuyendo vouchers en Curahaura de Carangas o en Ixiamas).
Como humanidad ya hemos vivido muchos fundamentalismos: religiosos (católicos o musulmanes), socialistas (reales o del siglo XXI), capitalistas (salvajes con neoliberalismo o fascismos), etc. como para repetir o experimentar otros similares con “envoltura” novedosa y, la experiencia nos ha mostrado que todos ellos tienen en común su carácter autoritario o dictatorial. Ahora vivimos tiempos en que las propuestas ideológicas fundamentalistas, puras y excluyentes unas de las otras (capitalismo, socialismo, etc.) no tienen cabida  
Para ambos extremos fundamentalistas (estatal/populista–neoliberal/capitalista), el antídoto es la democracia y la constitución soberana de la república con justicia social, donde se pueden construir proyectos  combinando los deberes y derechos ciudadanos, la libertad individual o empresarial de emprendimiento con un marco regulatorio estatal necesario que permita la protección del resto de la sociedad; en fin, debemos apuntar a reconstruir nuestro país, partiendo de nuestra realidad boliviana, recuperando lo positivo de lo avanzado hasta ahora, con base en propuestas de desarrollo sustentables, mixtas, en democracia, con justicia social, arbitro estatal, legalidad e institucionalidad.

* Pertenece a la plataforma Una Nueva Oportunidad.

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