La política no tiene el monopolio y la exclusividad de los impresentables. De esas personas que hacen uso de lo público sin ningún descaro ni consideración. Y sin una mueca de sonrojo. Que anteponen el disfrute personal a su tarea institucional. Ni duda cabe, el encanto de la sinvergüenzura es su desfachatez.
Imaginemos este diálogo entre el impresentable que acaba de viajar al XIX Congreso Mundial de Mediación en México y su detractor, o sea, yo:
– Le tomé el pelo a todo el mundo, es tan fácil meterle el dedo a la boca a consejos, autoridades y alumnos que no doy de contento.
– La verdad no lo puedo creer. Ni me cabe en la cabeza. Uno piensa que las personas más sinvergüenzas están en la política, pero se equivocan, también están en la universidad.
– No es para tanto, aprovechar un Congreso para hacer turismo y pasar unas hermosas vacaciones con tu esposa es casi una moda. Un lugar común entre autoridades universitarias. Nadie debe echar el grito al cielo por esta nimiedad, al fin y al cabo, ¿para qué entonces uno es autoridad, si no para autorizar un lindo viajecito con el pretexto de un Congreso?
– Y no se te cae la cara de vergüenza, ni un día de asistir al Congreso, ni un ligero apunte sobre alguna conferencia, ya ni qué decir de presentar una ponencia... nada de nada. Pero, eso sí, mucha playa, piscina y compras.
– Bueno, no exageremos, un poquito. Un poco de inspiración para volver a la Facultad, hay que soportar tanto estrés, clases y reuniones que un descanso de lujo es lo mínimo a lo que uno puede aspirar.
– No sé si te das cuenta, pero hiciste quedar en ese XIX Congreso Mundial de Mediación a la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca, a meses de cumplir sus 400 años, como un bebé malcriado que no ha cumplido ni el primero.
Adivina adivinador, ¿quién es el impresentable que viajó a México, dizque a traer el I Congreso Mundial de Justicia Restaurativa y Cultura de Paz, y que con su formidable perfomance no logrará traer ni la danza jarabe tapatío?