Ayer fue el aniversario número 193 de la muerte del Libertador Simón Bolívar. En su natal Venezuela, que es el país que más lo recuerda, este hecho fue conmemorado mediante mensajes en las redes sociales y un acto oficial que se realizó en el panteón nacional, donde está su mausoleo.
En Bolivia, que es el país que lleva su nombre, y al igual que ocurrió el año pasado, no hubo conmemoración alguna. Como el año pasado, la excusa de las autoridades –por lo menos de aquellas que saben de qué se trata la fecha– es que la efeméride cayó en fin de semana.
Los tiempos pasan, las conmemoraciones también.
En los primeros años de Bolivia, los fastos estaban dedicados a fechas como las de las batallas de Ayacucho y Pichincha y, desde luego, la fundación del país. Las fundaciones de las ciudades, que todavía estaban en la nebulosa, no tenían tanta importancia y había hechos que ahora recordamos y, para entonces, aún no habían ocurrido.
Por decreto del 11 de agosto de 1825, la batalla de Ayacucho se convirtió en fiesta nacional. El artículo noveno de esa norma señalaba que “el día 9 de diciembre será consagrado en fiesta cívica, en todo el territorio de la república, en celebridad y grata memoria de la eminente gloriosa jornada de Ayacucho”. No se había tomado la misma previsión respecto a la Batalla de Pichincha pero, mientras el mariscal Sucre permaneció en territorio boliviano, se la celebró de igual manera.
El natalicio de Bolívar fue declarado fiesta nacional pero no llegó a celebrarse de manera oficial ya que el artículo quinto del referido decreto establecía que “el nacimiento del Libertador será anualmente una fiesta cívica en todo el territorio de la república; mas, esta resolución no tendrá efecto sino después de la vida de S. E.”.
Como Bolívar falleció en 1830, ese artículo nunca se ejecutó pues apenas dos años antes se había producido la revuelta en contra del presidente Sucre y la permanencia de las tropas colombianas, a las que llegó a denominarse “ejército de ocupación”.
Por tanto, entre 1825, año de la visita de Bolívar a Bolivia, y 1830, cuando falleció el libertador, las cosas habían cambiado radicalmente. En los primeros días de la nueva república, Bolívar era un héroe elevado a dimensiones inconmensurables. En 1830 era considerado el responsable de la “ocupación extranjera”, supuestamente ejercida por las tropas de la Gran Colombia, y el culpable de la convulsión en la que había caído el joven país.
Desde luego, la acusación era injusta. Para 1830, buena parte de los territorios liberados por Bolívar estaban en caos, pero más por las ambiciones personales de los nuevos dueños del poder; es decir, los primeros políticos, que por las acciones atribuidas al libertador.
Solo ahora, con la distancia que permiten los años y a la luz de los documentos, se puede afirmar que los que aspiraban a ejercer el poder veían a Bolívar como un obstáculo a sus aspiraciones y complotaban en su contra. Llegaron, incluso, a planificar su muerte.
En 1830, el sudamericano que conoció la mayor gloria del siglo XIX estaba marginado, calumniado y escarnecido. Tanto efecto le había causado aquella feroz campaña que su salud se quebrantó y envejeció de pronto. Su cuerpo no pudo soportar demasiado sus enfermedades así que falleció el 17 de diciembre de 1830 a la temprana edad de 47 años.
Este año ya no se puede hacer nada. Es de esperar que al siguiente, con el Bicentenario en puertas, no solo se recuerde tanto el nacimiento como la muerte de Bolívar sino que, además, se abra un debate nacional sobre su influencia en la historia del país que lleva su nombre.