En las dos últimas semanas los contagios de la covid-19 se han disparado de manera alarmante, algo que debe motivar una profunda reflexión respecto al cuidado que está tomando la población, sobre todo, de ciudades que durante lo más agudo de la pandemia testimoniaron la precariedad del servicio sanitario.
En las últimas horas, los servicios departamentales de salud de Chuquisaca y Potosí, respectivamente, reportaron importantes incrementos de contagios, unos días después de que autoridades nacionales en salud señalaran que la pandemia del coronavirus pasa a la categoría de endemia. Esto equivale a decir, que el virus pasa a formar parte del catálogo de enfermedades con las que el ser humano debe cohabitar.
Por ello se hace más evidente que nunca tomar previsiones y no soslayar sobre los cuidados y la aplicación de las vacunas, al menos como una alternativa para que la familia enfrente este mal, si acaso aún persiste la ideología antivacunación.
Aún está fresca la memoria de cuando el virus mortal dejó al descubierto todas las carencias del sistema de salud e hizo estragos en todos los niveles. Cómo olvidar las primeras reacciones del personal de salud en hospitales de Santa Cruz, donde se atrincheraron en rechazo de los pacientes con covid o como ocurrió en Tarija donde casi faltó tiempo para elevar críticas porque el primer afectado había sido aceptado en una conocida clínica.
La pandemia evidenció que se llevaba años construyendo edificios sin formar médicos; que las camas de terapia intensiva estaban ahí más de nombre que de efecto; que demasiados médicos ocupaban sus plazas para no jubilarse y renunciar a sus jugosos sueldos, y, además, que las clínicas privadas son estrictamente un negocio, sin corazón, sin responsabilidad.
Los familiares peregrinaban en busca de oxígeno, medicamentos o insumos elementales para la atención de sus enfermos con un mínimo de garantía.
Los seguros y las cajas de salud se ponían de perfil y no atendían ni siquiera a sus asegurados hasta que la presión social pudo con ellos.
El propio gobierno que obligó a cuarentenas auguraba permanentemente el final de una pandemia que no llegaba nunca y hacía campaña con insumos, laboratorios, camas UTI y otras cosas que nunca llegaban. Lo mismo después con las vacunas.
Unos y otros cayeron en la trampa de la política, de presentarse como los salvadores por encima de la situación real, lo que contribuyó a minimizar su impacto y también a negar víctimas y casos. El número de decesos reportados es cuatro veces inferior al oficial de decesos registrados en el registro cívico.
Si alguien albergaba la esperanza de que la pandemia sirviera como palanca para mejorar el servicio de salud en el país en los años siguientes, lamentablemente deberá vivir con la decepción. El Sistema Único de Salud implementado con fines electorales apenas un año antes de la irrupción de la pandemia se mostró insuficiente y, esencialmente, no ha cambiado la forma de gestionar la salud, que sigue teniendo un concepto de sanidad privada y como servicio y no así el de un derecho universal y nacional.
El país tiene pendiente una profunda reflexión sobre esto, la necesidad de unificar un sistema y dotarlo de mayores garantías; una reflexión sobre el rol que deben desarrollar las cajas y cómo se puede evitar que haya ciudadanos de primera y de segunda, sobre todo cuando son las instituciones púbicas las que financian las cajas cada vez más privadas. Es necesario fortalecer la atención primaria y, sin duda, aprender a usar el sistema público. Sin embargo, también es importante admitir que así como reclamamos un mejor sistema sanitario nacional, debemos ser proactivos en cuanto a las tareas de prevención y cuidado personal. Hemos aprendido sobradamente la lección con dolor y llanto. Los casos están en aumento, ahora depende de nosotros que este panorama logre controlarse.