Lo plurinacional y lo irracional

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 23/01/2024
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División: esa fue la característica de la celebración número 15 que el expresidente Evo Morales sacó de la galera en 2010 como una más de los múltiples cambios que se introdujeron en el país con el fin de satisfacer su insaciable egolatría.

En realidad, el 22 de enero no es el aniversario de la fundación del Estado Plurinacional de Bolivia, sino el de la ascensión de Morales al poder, que ocurrió en esa fecha de 2006. La fecha fue establecida mediante el Decreto Supremo 405 promulgado el 20 de enero de 2010 y comenzó a regir desde entonces; es decir, cuatro años después de la posesión de Evo. 

Este año, la celebración de llegó en el punto más álgido del enfrentamiento entre las facciones masistas.

La Constitución Política del Estado promulgada el 7 de febrero de 2009 consagraba la plurinacionalidad de Bolivia con el objetivo de poner en valor su riqueza cultural y diversidad, que, según el MAS, la constituyen sus diferentes movimientos sociales. En esa lógica de prestidigitación, los más fanáticos sentían que se habían encarnado en el Estado mismo y aquellas bravatas seguramente han inspirado después muchos abusos de poder y aquella predisposición al absolutismo tan recurrente.

En concreto, el concepto de la plurinacionalidad era complejo de entender ya que implicaba reconocer soberanías específicas dentro de las mismas fronteras sin establecer muy claramente los límites, para satisfacción de los supremacistas de uno y otro bando o pueblo. Pensadores inmersos en el proceso popular, como Andrés Soliz Rada, ya advirtieron desde el principio que la materialización del indigenismo exacerbado en un hipotético reconocimiento de la “plurinacionalidad” de Bolivia implicaba la atomización del territorio y la pérdida de la soberanía nacional en favor de pequeños grupos vulnerables fácilmente conquistables por cualquier poder transnacional que quisiera meter las narices en la tierra, a ver qué había, pero el debate pasó como una exhalación. Las cosas ya estaban decididas.

A esta concepción plurinacional impuesta desde el ala indigenista —que se desintegró en breve tiempo—, se sumó la concepción autonomista que desde las regiones se exigía en un momento en el que lo viejo hacía esfuerzos por no morir. De la demanda inicial a lo que quedó en la Constitución hubo ciertas concesiones. De lo que hay escrito a lo que finalmente se ha puesto en pie hay un mundo que, en realidad, la ha hecho absurda: la autonomía nunca pasó de ser una concesión táctica que nunca nadie consideró implementar de verdad.

Resulta más que curioso comprobar que, apenas 15 años después de haber promulgado la nueva Constitución Política del Estado, sus planteamientos han quedado amortizados y las vías de convivencia que plantearon conducen hoy, más bien, a una confrontación sin expectativa. La autonomía ha fracasado sin posibilidades de continuidad y la plurinacionalidad se ha revelado como una excusa para el asalto al poder y el descuartizamiento del Estado en favor de intereses sectoriales, que además hoy parecen avanzar hacia una suerte de guerra civil.

En su mensaje de ayer, el presidente Luis Arce ha pintado un país cuyo futuro se estaría construyendo sobre la base de la industrialización, pero, al mismo tiempo, advirtió que “estamos en el momento de mayor amenaza para el Estado Plurinacional” puesto que hay corrientes políticas que usan “el argumento de la justicia para desestabilizar al gobierno y, si fuera posible, hasta acortar nuestro mandato”. Entre esas corrientes políticas se encuentra su propio partido, el MAS, en su facción radical; es decir, la de Evo Morales.

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