El ladrillo suelto

LA AVENTURA DE CRECER CONTIGO Pedro Rentería Guardo 07/04/2024
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Los habituales lectores de esta columna –ausente unos meses por motivos de obligada visita familiar de su autor– saben que la vocación de estas líneas ha sido el contacto con el mundo adolescente y juvenil que nos rodea. No importa su ubicación. Aquí o allá, nuestros changuitos, chavalitos, chavitos, chamaquitos, papitos... así como nuestros jóvenes universitarios o trabajadores, han sido, son y lo serán siempre, motivo de desvelos y creatividad para los educadores, sean la familia, apoderados, profesores, maestros, monitores de tiempo libre, catequistas, padrecitos, pastores...

Ellos, los educadores, son la otra cara de la vocación de esta columna. 

Y si la hemeroteca no engaña, nos recordará que el estilo usado en la mayoría de los artículos publicados durante los últimos 17 años ha sido el de dirigirme directamente, en segunda persona, al adolescente o joven anónimo, destinatario de un mensaje significativo. 

Mensaje en el que la dimensión espiritual, la trascendente, la que nos acerca a un Dios-Papá, ha tenido una importancia singular. Dimensión que respeta la intocable libertad del ser humano. Pero recordemos: nadie vive lo que no descubre. Nadie ama lo que no conoce. 

Pero bien sé que los temas tratados han sido leídos principalmente por adultos educadores. En un país, el nuestro, donde es escasa la cultura lectora, como en tantos otros, no será fácil encontrar un jovencillo inmerso en las páginas de Opinión de cualquier medio de comunicación periodística escrita o digital.  

Aun así, no renuncio a seguir escribiendo y hacerlo con el “tú” tan español o con el “usted”, tan lindo y tan boliviano. Por tanto, pongámonos en marcha, sabiendo que todo buen educador es consciente –yo lo sé– de que mientras compartimos ideas, conocimientos y valores con nuestros adolescentes o jóvenes, nos sumergimos en la aventura de crecer junto con ellos. 

¿Te hablé alguna vez, amiguito que me lees, del “ladrillo suelto”? Se trata de una interesante teoría que aprendí ya hace harto tiempo en uno de esos libros que divulgan consignas para ayudar a los papás y otros educadores, en momentos de escasa y difícil comunicación con vosotros. 

Imagínate que eres una pared de ladrillos, perfectamente alineados, formando una estructura, en principio, inexpugnable. ¡Ah!, ya sabes que siempre he aconsejado que uses el diccionario para entender palabras y ampliar tu vocabulario.

Tal pared representa tu carencia de diálogo con los tuyos. Tu miedo a revelar el castillo interior. Quizá tus miedos. Tus vergüenzas. Tus fracasos. O tus sueños y posibilidades. Una fortaleza que nos resulta difícil “asaltar” con respeto a los adultos que te somos cercanos. 

Pero un día descubrimos, así con todo nuestro despiste, que uno de los ladrillos... ¡pues que está un poco suelto! Y por él, por una rendija, aparece, ¡oh, sorpresa!, algo importante que te interesa: puede ser una disciplina deportiva, una afinidad hacia alguien especial, una posible carrera universitaria futura, el deseo de cuidar una mascota... ¡qué sé yo! O sea, la pared ya no está tan cerrada y ya no puede presumir de tanta incomunicación, siempre y cuando alguno de tus educadores sepa impulsar, en conversación respetuosa, la tenue lucecita que surge por el ladrillo suelto. 

El ladrillo descubierto te anima a extraerlo de la pared y a desvelarnos a los adultos tu recóndito mundo. La diáfana luz que en realidad te envuelve o la turbia oscuridad acumulada por una y mil experiencias poco gratificantes. 

Siempre acudo, tú lo sabes, a la vivencia que tengo cuando puedo escucharos en vuestras largas confidencias, bien en el sacramento de la Reconciliación –tan necesario en esta Cuaresma y Semana Santa– o bien en momentos en que necesitáis desahogaros por la carga de contrariedades e inquietudes.

Ahora bien, ¿cuál será el ladrillo suelto de nosotros, adultos? ¿Cuál será el de nuestra familia y su entorno? ¿Y el de nuestro país, el de nuestra realidad social y política?  Por sus rendijas, ¿qué pequeños intereses asoman? Y si lo extraemos de la pared, ¿qué luz u oscuridad se revelan?

Solo sé que jóvenes y adultos, todos, necesitamos “escucharnos”. Entendernos. Hacernos cargo unos de otros. Solidarizarnos. 

Entonces, la pared se caerá en mil pedazos. 

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