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Ni viendo hay que creerles

Gisela Derpic 13/05/2024
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Nadie ya les cree. Se lo ganaron a pulso mintiendo tantos años. Con persistencia, adulterando sin límites la realidad, despilfarrando tiempo y dinero en su propaganda impostora. El recuento completo exigirá miles de páginas y horas de labor que no corresponden a un artículo de opinión como este, el cual debe reducirse al enunciado de algunos casos relevantes: 

La afirmación de que a los niños indígenas les cortaban las manos y les sacaban los ojos si aprendían a escribir y leer. La simulación de hechos base de represión y vulneración de derechos humanos; entre ellos, Provenir, Hotel Las Américas y golpe de Estado que nunca existió, sobre la base del cual se apresó a gente inocente.

La tergiversación de la historia borrando de ella personajes y sucesos siguiendo el modelo estalinista, como la vida y participación de Filemón Escóbar en el movimiento obrero minero boliviano en libros editados y publicados con dineros públicos, o como el fraude electoral perpetrado en 2019. 

La apropiación de méritos falsos como la bonanza económica del periodo 2006-2014, originada según ellos en sus fantásticas políticas y en la genialidad de quien hoy parece no tener idea remota de la conducción económica del país, cuando se debió a la elevación de precios de las materias primas en el mercado internacional. 

Los informes sobre el mejoramiento de los índices de desarrollo humano –con la complicidad de funcionarios de organismos internacionales–, incluyendo la supuesta derrota del analfabetismo, cuando se constata que son muchos –incluso autoridades del más alto nivel– quienes no saben leer, y la prueba inconsistente de la mera migración de la población rural a las ciudades respecto del acceso automático –por tanto, falso– a servicios de salud, educación y saneamiento básico.

La proclamación de que la reserva moral del país llegó al poder en 2006, cuando desde entonces se produjo la mayor corrupción e incremento de la criminalidad de la historia de Bolivia en un marco de impunidad debido a la subordinación del órgano judicial al poder. 

La declaración de los derechos de los pueblos indígenas para vulnerarlos sistemáticamente, como en el caso del Tipnis, de las afectaciones ambientales a territorios indígenas y de la manipulación descarada de la representación indígena por intereses sectarios.

El discurso defensor de la “Madre Tierra” mientras legalizaron la quema de bosques y la deforestación, y la protección a los envenenadores de las fuentes de agua como efecto de la minería.

Las leyes dizque protectoras de las mujeres mientras continúa la depredación impune de niñas y adolescentes, se incrementa la violencia y campean la trata y tráfico.

La consigna de que somos “el país de la industrialización” cuando la única industria es la blanca, la negación de la falta de dólares, de gasolina y diésel, de la recesión y el desempleo. La sucesiva declaración de que ya no hay gas ni dinero anteayer, y que abundan, ayer.

La negación de que quieren liquidar la propiedad privada cuando ya dictaron el decreto 5143, conectado con el 4732, precisamente para hacerlo. Coherente con la orden dada por Maduro a los asistentes a la reunión del ALBA-TCP el pasado abril en Caracas para completar la aplicación del modelo cubano, venezolano y nicaragüense, el del sometimiento de la población a la miseria para su eterna opresión bajo el reinado de una cúpula beneficiaria del latrocinio, el despilfarro y la paga del crimen organizado, después  de una sesión espiritista con acople tecnológico en la cual dos difuntos ante la carencia de caudillos con talento para discursear –Castro y Chávez– y ante la más grande orfandad ideológica del bloque antioccidental, repitieron su vieja receta.

Así se entiende por qué Arce leyó balbuceante unos apuntes en su congreso realizado en El Alto, diciendo: “debemos caminar hacia la construcción del poder popular (…) tenemos que derrotar la guerra híbrida, y tenemos que derrotar el bloqueo económico, llamamos por tanto en este congreso, hermanos y hermanas, a la unidad del movimiento popular (…)”. En esas palabras hay conceptos típicos de la dictadura cubana, ajenos a Bolivia: poder popular y bloqueo económico. Para comprobar que la ignorancia no tiene nada que ver con los grados académicos.  

La impostura saltó a la vista en 2011, con el caso TIPNIS. Se desnudó por completo en 2016 cuando Bolivia dijo ¡No! No se les cree nada, ni la supuesta pelea en el MAS. Se la considera una simulación para sorprender a los demócratas del país y debilitar sus posibilidades electorales. Se la ve como una reyerta de forma por prebendas, corrupción e impunidad, fácilmente reversible. Se sospecha un juego de dos candidaturas azules para acaparar la representación legislativa y consolidar el poder total. En cualquier caso, se los sabe iguales, sin posible distinción entre uno menos y otro más malo; son coautores, cómplices y encubridores de todos los eslabones de la cadena del desastre en el cual el país está sumido.

Esa conciencia es parte de la victoria democrática que nos merecemos, la que la oposición nos debe.

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