Año nuevo, falso histórico

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 23/06/2024
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Gran parte del país vivió, el viernes recién pasado, el que se denomina oficialmente, mediante Ley del Estado, “Año Nuevo Andino Amazónico Chaqueño”. La celebración estuvo acompañada de los cuestionamientos a la forma en la que se ha manejado una manifestación que, si bien tiene bases históricas, al final se ha convertido en otro falso histórico.

“Falso histórico” es una etiqueta que surgió primero en la arquitectura y, concretamente, en la restauración de edificios o construcciones antiguas. Hay teorías de la restauración que apuntan a hacer una distinción honesta entre la parte original y la restaurada, y otras que apelan a conservar la esencia de la obra como documento y testimonio de la historia. En esas teorías, se llama “falsos históricos” a las intervenciones de restauración que restituyen los elementos originales de una obra, pero suplantando el trabajo original del artista. Así, se volver a mostrar la construcción, tal como era antes, pero con el uso de elementos nuevos.

Ese concepto se ha trasladado a la historia cuando se advierte el uso de hechos del pasado que efectivamente ocurrieron, pero se los interpreta de manera distinta generalmente por razones alejadas de la historiografía. Eso es lo que pasa con este “Año Nuevo Andino Amazónico Chaqueño”.

Esta celebración se basa en un hecho real del pasado: la celebración del Inti Raymi o Wilka Kuti, una de las cuatro fiestas que desarrollaban los pueblos andinos en coincidencia con los equinoccios y solsticios. El Inti Raymi era la festividad del solsticio de invierno y se realizaba en el día que, según los cálculos astronómicos, el sol se encontraba en su punto más distante respecto a la Tierra. Eso no ocurría en un día específico, por lo que la fiesta tenía fecha movible.

Si se revisan las crónicas coloniales, incluyendo las que fueron escritas por cronistas indígenas, no se va a encontrar ninguna relación entre el Inti Raymi y el inicio de un nuevo año. Los pueblos andinos y, en concreto, el Tawantinsuyu, también denominado Imperio incaico, manejaban el transcurso del tiempo vinculándolo a los ciclos agrícolas, por eso sus fiestas estaban sincronizadas con estos, y no existía el concepto de “inicio de año”. Cuando el calendario juliano comenzaba a ser reemplazado por el gregoriano, el cronista Guamán Poma de Ayala asimiló los meses de este último con las fiestas agrícolas del incario y, de esta manera, señaló que enero era Capac Raymi; febrero, Paucar Uaray; marzo, Pacha Pucuy; abril, Ynca Raymi; mayo, Hatun Qusqui/Aimorai y junio Haucay Qusqui. Ni él ni otros cronistas escribieron nada sobre un año nuevo.

Los calendarios de los pueblos andinos, como el que se puede ver en las almenas del canchón de Kalasasaya, en Tiwanaku, eran complejos al ser mixtos: tanto solares como lunares, y los ciclos agrícolas debían coincidir con los movimientos del sol y la luna. El concepto de “año nuevo” es europeo y comenzó a aplicarse a la celebración del Inti Raymi o Wilka Kuti a partir de la década del 80, cuando jóvenes de un movimiento indigenista aymara quisieron restaurar los saberes ancestrales supuestamente sincronizados con el calendario agrícola de esas culturas.

Resulta, entonces, un falso histórico. El Inti Raymi fue restaurado, pero no precisamente en su concepción original, que es la celebración para recibir al Sol y atraerlo hacia la Tierra, sino como el de un año nuevo inexistente que, pese a eso, llegó a reconocer el Estado boliviano, primero a través de la Ley 3018, promulgada por el historiador Carlos Mesa, y después con la Ley 1128 que Evo Morales promulgó el 26 de noviembre de 2028. Ese es el que le dio el nombre de “Año Nuevo Andino Amazónico Chaqueño”.

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