En la madrugada del 30 de junio de 1984, el presidente Hernán Siles resultó secuestrado por un grupo de policías en lo que, en ese momento, fue denunciado como un intento de golpe de Estado. Durante años, muchos se rieron del episodio, porque creían que había sido un montaje. Caricaturas en periódicos y revistas, bromas en programas humorísticos, armaron un cuadro global de ridiculez que Siles debió resentir porque, según reveló su viuda, cuando el expresidente murió en Montevideo, el 6 de agosto de 1996, lo recordó como uno de los pasajes más ingratos de su vida.
Siles, el verdadero líder de la revolución nacional, murió con el estigma de aquella que, en su momento, fue calificada como una farsa. Palabra de grueso calibre para quien fue uno de los personajes más importantes de la Bolivia del siglo XX. Transcurridos 17 años, en una entrevista que un excanciller boliviano concedió en Quito, se supo que no hubo ninguna farsa. El secuestro había sido real y quienes lo encabezaron fueron el coronel de la Policía Germán Linares y el teniente del Ejército Celso Campos Pinto. Pero, lo sorprendente fue la aseveración de que el autor intelectual del secuestro había sido el vicepresidente Jaime Paz Zamora, que “se vio envuelto, como actor principal, en un intento de golpe de Estado contra el Presidente Siles Zuazo por un grupo de militares armados que lo sacaron de la residencia presidencial de San Jorge (...) y que estaba destinado a sustituir al presidente Siles por el vicepresidente Jaime Paz Zamora en el momento en que éste se encontraba, y así fue planeada la acción, en una reunión internacional en Lisboa”. Todas esas declaraciones no fueron formuladas por cualquier persona, sino nada menos que por Antonio Araníbar Quiroga, uno de los más connotados líderes del MIR. Sí, del MIR de Paz Zamora.
¿Qué se puede decir frente a revelaciones de ese tipo? Aunque es una simple cuestión básica de la práctica política boliviana, habrá que recordar que en 1984 había maquinaciones para la captura del poder. En ese momento, ni Siles ni Paz Zamora eran dignos de crédito para una población asfixiada por una crisis tal que, como se recuerda, llevó al país a la peor inflación de su historia.
Casi 40 años después, Bolivia volvió a vivir algo que el Gobierno ha calificado como un intento de golpe de Estado. Esta vez, el cabecilla fue el ahora excomandante general del Ejército, general Juan José Zúñiga, que, horas después de haber emitido opiniones políticas, violando la Constitución Política del Estado que dice que los militares no pueden deliberar, encabezó a un grupo de militares —que incluso estaban en tanquetas—, tomó junto a ellos la plaza Murillo y hasta se metió por la fuerza al Palacio Quemado. Luego de tres horas de tensión, y de divulgar a los cuatro vientos una versión actualizada, pero sin muertos, de un golpe de Estado, el presidente Luis Arce tomó posesión a un nuevo Alto Mando Militar y el flamante comandante instruyó el repliegue de los militares, con lo que el conato se dio por superado.
En 40 años cambiaron muchas cosas y, en cuestión de minutos, los sucesos de la plaza Murillo fueron caricaturizados exponencialmente mediante memes en las redes sociales. Gran parte de la gente no creyó en lo que había visto, una versión alentada luego con el argumento del propio Zúñiga, quien asegura que todo fue coordinado con el Presidente para “levantar su popularidad”.
Son versiones contrapuestas y ninguna puede ser dada por cierta sin una investigación seria e imparcial. Como siempre, tendrá que ser la historia la que ponga las cosas en su lugar. Lo que no se sabe es cuándo.