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La imposibilidad de la planificación (*)

Gonzalo Flores 01/07/2024
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Se avecina un nuevo año electoral. Además de esforzarse en nominar a sus candidatos a los cargos electivos del poder ejecutivo, los partidos intentarán una vez más convencernos de que tienen la clave para resolver los problemas de atraso estructural del país y pobreza de los ciudadanos.

Repetirán que tienen un fantástico plan para Bolivia, que saben cómo hacer para que el país se convierta en un gran exportador de software, de biodiésel, de productos derivados de nuestra amplia flora nativa, de piezas para la industria y, naturalmente, de turismo sostenible.  Harán sus mejores esfuerzos para demostrarnos que están al día en los conocimientos de cada uno de estos campos y que tienen la pericia suficiente como para usar el dinero público y decir quién debe hacer qué.

Se equivocan completamente. La economía no se puede planificar, y por eso ni siquiera se debe intentar hacerlo. Varias razones van en mi apoyo.

Todos los días los consumidores que hacen compras y se abstienen de comprar están mandando señales a los productores y a los comerciantes sobre lo que quieren consumir y lo que están dejando de consumir. De esa manera les dicen qué productos deben poner en el mercado. Incluso, les pueden indicar las calidades, las cantidades y los lugares donde esos productos son más demandados.  En Bolivia hay actualmente 12 millones de personas. 8 millones son mayores de doce años y menores de setenta y cinco. Si cada una hace solamente una transacción al día, en total hacen más de 2.920 millones de transacciones en un año. Cada una es una decisión y varias informaciones. El gobierno que quiera planificar la economía tiene que ser capaz de recoger esa información, ordenarla y entenderla. Claramente, es un volumen tan grande de información que excede la capacidad de cualquier gobierno.

La intención de planificar está asociada a dos creencias: primera, que el partido o comunidad política en el poder, sabe mejor que los demás, lo que hay que hacer con la economía; segunda, que los gobernantes son “los mejores”, cosa que no es cierta, ni tiene porqué serlo. Sobre esta base, el gobierno temporal se atribuye el derecho de usar los recursos de la sociedad de la manera que le parece más conveniente, sin que exista ninguna garantía de que sus propuestas sean certeras. Por el contrario, es seguro que el riesgo y la incertidumbre rodearán al esfuerzo de planificación.

Financiar los planes es generalmente imposible, porque éstos son solamente la suma de varias ilusiones, diseñadas sin consideración alguna respecto de los costos reales. Los costos de los planes siempre exceden a las capacidades reales de financiamiento de los gobiernos. Su única manera de financiarlos es recurrir al crédito o emitir deuda.

La ejecución misma de los planes, si el financiamiento estuviera disponible, sería endiabladamente difícil, por la cantidad de programas y proyectos que contienen, las normas, autorizaciones y procedimientos especiales que requieren, y la dificultad de monitorearlos y ejecutarlos.

Sólo tenemos que molestarnos en revisar nuestras bibliotecas para identificar muchas experiencias fallidas de planificación de la economía. En todo el planeta, muchos gobiernos han intentado diseñar la economía, han volcado los recursos de sus países en ese esfuerzo y han fracasado de manera monumental. Rusia fracasó antes y después de la NEP. China protagonizó el segundo gran fracaso a escala mundial. Pequeños países socialistas como Cuba, Vietnam y Corea del Norte, exhiben también los fracasos de la planificación; en esos países, lejos de que sus pueblos alcancen la prosperidad, los planificadores han asegurado que alcancen la escasez, la pobreza y hasta el hambre cotidiana. Otros países, que no abrazaron el socialismo en su totalidad, pero sí gran parte de sus ideas estatizantes, han fracasado también en el esfuerzo de planificación. India, México y Paquistán son ejemplos de cómo la economía no puede ser planificada.

Pese a estos fracasos resonantes, de los que se puede aprender, Bolivia insiste en subir al podio de los grandes fracasados de la planificación.  Los gobiernos más entusiastas de la planificación han sido los gobiernos colectivistas, como los del MNR del ‘52, los militares y el MAS, pero incluso los gobiernos más democráticos, como el primero de Banzer, han querido decidir el futuro de la economía.

Se empezó con el plan Bohan al empezar los años ’40. Los intentos de planificación del MNR estuvieron muy bien representados por el Memorandum de Política Económica # 2. Enseguida vino la Estrategia para el Desarrollo del gobierno de Ovando. Y después se inventó los planes nacionales de desarrollo, hasta llegar al PDES vigente (2021-2025). Todos han incorporado nuevos conceptos, a veces métodos de diagnóstico diferentes, y presentan grandes variaciones en sus propuestas. Coinciden en que el gobierno tiene que indicarle a la sociedad lo que debe hacer y no prevén la posibilidad de fracasar. Ninguno ha sido ejecutado, ni que yo sepa, evaluado, lo que demuestra que nunca tuvieron el deseo de aprender.

El fracasado “sistema” de planificación del Estado boliviano está formado por entidades con responsabilidades de planificación, instrumentos y sistemas. Entre las entidades, los ministerios de Planificación del Desarrollo, Economía y Finanzas, juegan el papel principal. Los demás ministerios–como los de Hidrocarburos, Energía, Obras Públicas, Minería, Educación, etc.- deben preparar planes en el campo de sus competencias.  Los gobiernos autónomos (departamentales y municipales y autonomías regionales) tienen también competencias de planificación, dentro de sus respectivas jurisdicciones. 

Ese “sistema” contiene una cantidad asombrosas de instrumentos: Plan de Desarrollo Económico y Social (PDES), Planes de Desarrollo Integral para Vivir Bien (PSDI), Planes Estratégicos Ministeriales (PEM); Planes Territoriales de Desarrollo Integral para Vivir Bien de los Gobiernos Autónomos Departamentales, Regionales y  Municipales (PTDI), Planes Multisectoriales de Desarrollo Integral para Vivir bien (PMDI),  Planes de Gestión Territorial Comunitaria para Vivir Bien de las Autonomías Indígena Originario Campesinas (PGTC), Planes Estratégicos Institucionales de las Entidades Públicas (PEI), Planes Estratégicos Institucionales de las Entidades Territoriales Autónomas (PEIETA), Planes de Empresas Publicas (PEP), Planes Estratégicos Empresariales (PEE), Planes Estratégicos Corporativos (PEC), Estrategias de Desarrollo Integral (EDI) de regiones, regiones metropolitanas y macroregiones estratégicas. 

Estos instrumentos generan una enorme cantidad de documentos de planificación –he calculado que alrededor de mil-  cuya vigencia varía de uno a cinco años. Concordarlos requiere correcciones, reuniones y verificaciones. Como el gobierno tiene necesidad de mantener coherencia doctrinaria, hace un gran esfuerzo para asegurarla, de hecho, mayor que la que hace por producir resultados reales. 

Pero eso no es todo. Separadamente corren los sistemas de programación, de presupuestos, de inversión y control, como han sido establecidos en la ley SAFCO. Se puede comprender así que la planificación no conduzca a ninguna parte: unas burocracias dan tareas a otras burocracias y las controlan; todas estrechan sus lazos, y cuando se percatan, ya han invertido demasiado tiempo en unos esfuerzos de planificación completamente divorciados de los intereses de los productores y consumidores, y no han producido ningún resultado apreciable. Podríamos decir que el sistema de planificación se estrangula a sí mismo. 

Pero no estoy diciendo que un sistema de planificación simple y estilizado haría mejor el trabajo. Estoy diciendo que no es posible planificar la economía y que esa es una razón más para dejar que ésta sea gobernada por la interacción de los precios en mercados completamente libres.

En el mercado libre, el que oferta un producto o servicio, lo hace con su propio dinero y bajo su propio riesgo. Si acierta, obtiene ganancias y hasta puede hacer una fortuna. Si se equivoca, pierde su dinero y sale del negocio. Si innova sus métodos de producción, o de comercialización o usa esquemas convenientes de financiamiento, obtendrá ventajas. Si no lo hace, pero sus competidores sí, será barrido por éstos. De manera que el empresario -grande, mediano o pequeño- persigue las ganancias y huye de las pérdidas y eso lo lleva a ser eficiente. De esa manera, el mercado –que no es nada más que gente que hace transacciones- decide hacia dónde marchará la economía. Por consiguiente, tanto las ganancias como las pérdidas juegan un papel esencial en una economía vigorosa. 

Nada de eso ocurre en las economías “planificadas”, donde el gobierno decide qué producir, en qué cantidades y a qué precio vender. Intentar hacerlo significa enfrentarse a una enorme masa de información que no se puede dominar. El resultado final es siempre el mismo: fábricas estatales abandonadas, consumidores insatisfechos, y frecuentemente, deudas e inflación.

* El autor pertenece a la plataforma Una Nueva Oportunidad, que fomenta el debate plural pero no comparte necesariamente sus puntos de vista.

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