Usando dinero público (porque todo el dinero que el Gobierno gasta pertenece a los ciudadanos), la Vicepresidencia ha lanzado un nuevo portal, llamado Los Códigos del Vivir Bien (https://codigosvivirbien.bo/es/). Lo he revisado con cuidado y he llegado a la conclusión de que sus autores se equivocaron al titularlo. Debieron poner: Los Códigos del Beber Bien, porque solo en estado de ebriedad se puede escribir tantos disparates e hilvanarlos para intentar convencernos de que los pueblos indígenas guardan unos códigos únicos donde almacenan unos conocimientos asombrosos sobre la naturaleza y el cosmos, más allá del alcance de cualquier academia científica.
En la primera parte de este sitio se observa al sacerdote David Choquehuanca repetir varios versículos de la ortodoxia telúrica y panteísta andina: “Los Pueblos Ancestrales de la Madre Tierra nunca nos hemos adaptado al mundo del antropocentrismo, divisionismo y desequilibrio, porque estamos conectados con la Madre Tierra y con la Biblioteca Viva de la Naturaleza. Hemos resistido muchos siglos a la colonización genocida y no nos hemos dejado exterminar por el paradigma civilizatorio occidental antropocéntrico, eurocéntrico, imperialista y capitalista. Seguimos danzando, sembrando, cosechando, celebrando la vida y tejiendo nuestras utopías. Ahora que estamos viviendo un tiempo de total incertidumbre, desorden global, desequilibrio y crisis civilizatoria múltiple y transversal, los pueblos ancestrales tenemos la responsabilidad de liberar al mundo las sabidurías y las energías de la Cultura de la Vida del horizonte cosmobiocéntrico del Vivir Bien (¡!). La sabiduría del Vivir Bien está protegida en nuestros idiomas, textiles, ceremonias, danzas, ciencias, mitos, lugares sagrados, que hay que decodificar, y que ahora despiertan a la historia como Códigos del Vivir Bien. No importa en qué idioma estén codificados, son el patrimonio de todas y todos los pueblos para vivir en equilibrio, armonía y complementariedad”.
Es imposible no notar que muchas de esas afirmaciones –si no todas– son falsas. El Sr. Choquehuanca no puede distinguir entre lo quisiera ver y lo que hay, entre la ilusión y lo real. Debería saber que la humanidad está alcanzando niveles de producción y bienestar nunca antes vistos en la historia, y que esos logros los han acarreado el capitalismo y las democracias, especialmente cuando han actuado juntos.
En seguida, la Vicepresidencia insinúa que la wiphala está codificada en el arco iris, que “representa las leyes, poderes, fuerzas y regularidades de la naturaleza”. Pretende enseñarnos que cada color tiene un significado propio y universal. Así, el blanco es el orden del cosmos y del mundo natural y tiene una “estructura crítica de pares opuestos”; el verde es “la madre tierra y la naturaleza, seres vivos con conciencia”; el azul es “la energía de convivencia de la vida, las redes de energía material y espiritual”; el rojo, “el multiverso, una totalidad orgánica y armónica”; el amarillo, “el sostén de la totalidad, es decir, el diálogo entre la naturaleza, la sociedad humana y la sociedad extra humana” (¡!). No se burle, señor lector, no estoy escribiendo, estoy apenas transcribiendo lo que dice la Vicepresidencia.
La Vicepresidencia ignora que un arco iris es simplemente luz descompuesta y que todos los colores de la luz visible están en él, por lo que no tiene sentido decir que el arco iris contiene una wiphala. Tampoco se ha enterado que los pueblos precolombinos no tenían banderas. Éstas llegaron a América con los españoles. Ignora también que la wiphala fue inventada en por el señor German Choque Condori en un momento de entusiasmo en 1978.
A continuación, la Vicepresidencia describe la “metodología” utilizada para identificar los “códigos del vivir bien”. Usa cuatro anexos para decir simplemente que los “investigadores” fueron a comunidades rurales, hablaron con la gente, anotaron lo que ésta dijo, lo transcribieron y no mucho más.
Cuando escucho o leo la palabra “código”, inmediatamente pienso en unas señales abstractas creadas por el hombre para referirse a otras cosas. Por ejemplo, el código Morse, el código de barras, los semáforos de tres colores o el PIN de mi tarjeta bancaria. Pero la Vicepresidencia, no. Veamos:
Los “códigos” de los tacana serían: Baba (Guiar con sabiduría), Ebianetia tani (Prevenir para vivir), Inatsihuaque (Respetar la naturaleza), S'aidha enime (Pensar bien para hacer), Tuedha papu (Servir a la comunidad). Se parecen mucho a los de los machineri: Ginnikaklu (Dar y recibir en equilibrio), Gipxaletkaklu (Trabajar juntos), Giswaji (Poner en orden la vida), Kagwapirlu (No destruir lo que da vida), Kanshinikanuru (Ser persona íntegra), Kochmalotone (Tener respeto a todo). Dicen que los baure creen en el Nerik (Saber que toda acción tiene su ahora y aquí).
Se nota inmediatamente que los “códigos” de los dieciséis pueblos “estudiados” son lugares comunes y muy parecidos entre ellos. ¿Es un parecido real o se debe a otra cosa? ¿Hay una conexión mental intangible entre los pueblos, que los lleva a pensar igual, una cierta unidad psicológica profunda? ¿O se debe a que los “investigadores” en ningún momento indagaron por el lado oscuro de los pueblos? Cualquier grupo humano, pequeño o grande, cuando es investigado, se esfuerza por mostrar su mejor cara. Todos dirán que aman la naturaleza, el equilibrio, la justicia, la bondad, ser íntegros, aprender de los viejos, respetar a las ancianas y enseñar lo mejor a los niños. No conozco ningún grupo humano que empiece mostrando sus trapitos sucios; por ejemplo, diciendo que es reticente a la autoridad, que tiene apego a lo ajeno, que los abusos a los débiles son frecuentes y que generalmente las mujeres se llevan la peor parte. Pero los “investigadores” creen haber encontrado los “códigos” de tal o tal pueblo, se lo comunican al Vicepresidente, éste abre la boca y nace el nuevo portal comunicando el gran descubrimiento.
Ninguno de los “hallazgos” del “estudio” realizado por la Vicepresidencia tiene un uso práctico. Sin embargo, afirmaría que esos pueblos, o más bien comunidades culturales, tienen conocimientos sobre la fauna y flora de los lugares que habitan; aseguraría que poseen una farmacopea local. Ese conocimiento, real, verificable, es el que debe ser rescatado, como hizo Louis Girault en su profunda obra sobre los kallawaya.
Los desvaríos de la Vicepresidencia no me interesarían en absoluto si fueran pagados con dinero de los políticos o de los “investigadores y asesores”. Pero ocurre lo contrario. Son pagados con dinero público. Cada hoja de papel, cada computadora, cada pasaje aéreo o terrestre y los viáticos y honorarios de todos los que intervinieron han sido pagados con dinero público. Los grandes beneficiados son los gurús del panteísmo andino, que hipnotizan a los políticos criollos, ávidos de palabras, frases, construcciones verbales, discursos, que los ayudan a mantener su vínculo con unas masas cada vez más descreídas de sus falsedades, porque a la gente pobre, como a la de todo el mundo, lo que le interesa en primer lugar, es qué podrá comprar con el poco dinero que consigue.
Se equivocan los gurús y los políticos del panteísmo andino cuando creen que los “códigos éticos” les darán un nuevo argumento para superar la necesidad del dinero y que podrán apartar así a las masas del mercado y del deseo de prosperidad y riqueza. El trueque casi ya no existe; la enorme mayoría de intercambios se hace por medio del dinero. Y no importa cuanta propaganda hagan del Tuedha papu, el Ginnikaklu o el Kanshinikanuru, la realidad se impone: cada vez más gente entra a los mercados, se beneficia de ellos, y a través de ellos se incorpora a la civilización occidental y se aleja de los mitos y religiones, especialmente de las inventadas a toda prisa.
Los mercados –y no los “códigos”– crean riqueza y bienestar para bien de todos, y en especial de los más pobres, injusta y paternalistamente llamados “indígenas”.
* El autor forma parte de la plataforma Una Nueva Oportunidad, que fomenta el debate plural pero no comparte necesariamente sus puntos de vista.