Como he vivido en tantas ocasiones en mis encuentros con vosotros, chicos de los diferentes hogares de acogida que visito –encuentros que motivan uno y mil diálogos–, hace unos días os escuché un comentario que me hizo pensar y mucho. Reproduzco un cachito de ese diálogo:
- Entonces, al igual que el muchacho del relato evangélico, que puso a disposición de los apóstoles y de Jesús los cinco panes de cebada y los dos pescados que tenía en su mochila, para ayudar en el milagro de la multiplicación de la comida, también ustedes y yo seamos generosos con lo poco o mucho que poseemos... ¿Y qué es lo que poseemos para compartir?
Este fue el desafío que os propuse. Y vuestras respuestas, magníficas, no se hicieron esperar:
desde las cualidades intelectuales que siempre apoyan a muchos, hasta la alegría del juego en la cancha, pasando por la escucha atenta de las inquietudes de compañeros, que crea un ambiente amigable en el corazón del hogar que os acoge y educa, a falta de una familia natural que os proteja.
- Padrecito, ¿usted cree que merece la pena todo eso que estamos hablando del compartir...?, ¿qué podemos nosotros influir en este mundo que está “podrido”? Fíjese en tantas cosas malas que nos rodean– y todos los compañeros aplaudieron dando la razón a quien habló tan convencido.
Comprobé una vez más que en todo grupo de chicas y chicos –adolescentes o jóvenes– siempre hay quien destaca por sus comentarios, yo diría que sabios para su edad, aunque aderezados con cierta radicalidad, exageración y buena intención... ¿Me explico, chavales?
Queridos adultos que podéis estar leyendo estas líneas: nuestra gente menuda es consciente de esas “cosas malas” que decía el changuito. Ahora mismo, las situaciones adversas se enseñorean en nuestra Sudamérica. De ellas no escapamos los bolivianos. Así que intenté poner calma en el grupo para centrar la reflexión con buena medida y aprender algo más de ella:
- Sí, creo que tienes tu parte de razón... El mundo está mal... Prefiero no usar esa palabra dura que has empleado... Reconoced conmigo, chicos, que el mundo, desde el principio, ha vivido situaciones muy adversas. Aquellos grandes imperios de la antigüedad, siempre entre disputas y violencias... La infinita pobreza de extensos territorios en los diversos continentes... Las guerras mundiales... El holocausto del siglo pasado... Los conflictos violentos actuales en Europa...
Vuelvo con ustedes, jóvenes amigos. Porque en ese momento del diálogo vuestras miradas fueron profundas cuando añadí una necesaria pizca de esperanza:
- Pero nada de eso, de esas desgracias, nos libra de nuestra propia responsabilidad. Donde vivimos y con quienes vivimos, creo que tenemos la obligación de ser buenos y hacer cosas buenas. No podemos bajarnos de ese tren de amor en el que transita nuestra vida. Este padrecito no puede comunicaros un mensaje diferente. El buen Maestro, Jesús, lo sabía, conocía el corazón de las personas, se arriesgó, lo mataron por envidia y maldad... pero su mensaje caló en muchas vidas y hoy sigue vigente, espero que también en vosotros. Él nos enseñó a ser mejores, a ser “nuevos”. Y las generaciones viven esa radiante herencia. No todo está “podrido”. Ahora sí uso la palabra fea.
En verdad, lectores adultos, los chicos tienen razón. No se lo dije a ellos, pero sí a ustedes: Haití, por ejemplo, el país más pobre de América, enfrenta una crisis en la que la corrupción, la impunidad y la debilidad institucional han obstaculizado posibles políticas públicas tan necesarias. De la República Democrática del Congo se extrae actualmente el 75 por ciento del cobalto mundial, tan necesario en las modernas tecnologías. Al menos 40.000 niños son esclavizados en las minas del país. 783 millones de personas sufren hambre crónica en el mundo según el Programa Mundial de Alimentos.
El número de niños fallecidos en conflictos globales se triplicó en 2023 con respecto al año anterior y el de mujeres se duplicó (guerras de Gaza y Ucrania).
Ya sé que todo esto es descorazonador. Pero, por favor, no dejemos de creer que podemos ser mejores, nuevos, como dije a los chicos. Sean para ellos un vivo testimonio de la bondad que les he reclamado. Así podrán imitaros.
Y decidles que compartan los cinco panes de cebada y los dos pescados que llevan en su mochila, como nos pide el Evangelio. Ellos os entenderán.
Para que el mundo esté un poco menos “podrido”.