Como era previsible, el rechazo a los resultados del Censo Nacional de Población y Vivienda está creciendo y el paro cívico de 24 horas que se cumple hoy en Santa Cruz se presenta como el inicio de otras medidas de protesta a partir de las regiones.
Los resultados han caído mal, aunque no por los mismos motivos. O al menos no solo por estos: en total se ha contabilizado un millón de personas menos de lo que las previsiones del INE indicaban hasta hace unos meses y, lo cierto es que nadie esperaba que la cifra global nacional llegara a tan poco. Existen causas objetivas por los que los datos pueden ser tan dispares: la pandemia, una migración silenciosa pero persistente desatada a partir de 2016 con la caída de las regalías y, por supuesto, una acelerada bajada de la tasa de fecundidad. Estos argumentos han sido esgrimidos por el Gobierno y, pese a que tienen fundamentos, han sido respondidos con polémica, como aquella que gira en torno a la moral que tendrían las legisladoras que no tienen hijos a hablar de población.
Bajar un asunto tan serio como el del Censo a una discusión sobre las preferencias personales no corresponde y merece una firme condena. La decisión de no tener hijos, tener uno solo o muchos es algo que atañe a cada uno y puede discutirla. Lo mismo se puede decir sobre la actitud que tienen muchas personas en darles a sus mascotas un trato que, en el marco de la familiaridad, intenta equipararse al que se les da a los hijos. Es posible que mucha gente reproche comportamientos de ese tipo, pero, aunque a algunos pueda parecerles exagerado, cabe incluso en lo que el artículo 14.III de la Constitución Política del Estado define como “el libre y eficaz ejercicio de los derechos establecidos en esta Constitución, las leyes y los tratados internacionales de derechos humanos”.
Por lo que se ve, y lo que viene, hay que admitir que el manejo del Censo fue, y es, más político que técnico, pero no solo de parte del Gobierno central, su ejecutor, sino también de la oposición, que ahora dispara contra sus resultados. También hubo quien jugó sus bazas para restarle credibilidad al conteo poblacional porque, por alguna extraña razón, la mayoría de los políticos y otros voceros se dieron a la tarea de convertirlo en una suerte de partido de fútbol donde lo que importaba era “ganar” y no darle la utilidad de instrumento de medición que debería tener.
Nadie sabe muy bien cuál era el motivo concreto de alentar, por ejemplo, las teorías de la conspiración sobre el uso de lapicera, el rol de los censistas y otras burdas elucubraciones.
En lo que al Censo se refiere, no se puede negar que las cifras presentadas por el Instituto Nacional de Estadística (INE) se prestan a la incredulidad. En este tipo de trabajos siempre hay un margen de error, pero, por su condición de tal, este debe ser mínimo y nadie contradecirá la afirmación de que una diferencia de un millón de personas no es precisamente eso.
Y ni siquiera se trata de argumentos opositores, sino del propio gobierno. Fue el INE el que hizo previsiones durante el periodo intercensal con cifras que no han sido alcanzadas. No fueron cálculos caprichosos ni a ojo de buen cubero, sino el resultado de las comparaciones entre las cifras oficiales de partidas de nacimiento y de defunción, cruzadas con los reportes de salidas del país.