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Tóxica politiquería

PAREMIOLOCOGI@ Arturo Yáñez Cortes 23/09/2024
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Si nos atenemos –disculpando mi crónica ingenuidad– a cualquiera de las nociones clásicas de la política que nos ilustran se trataría de un arte, doctrina o hasta ciencia sobre el gobierno de los estados promoviendo la participación ciudadana para distribuir y ejecutar el poder con un fin supremo: garantizar el bien común de todos, mediante el bienestar de cada uno; resulta que estamos muy pero muuuy lejos de aquellas buenas intenciones. Puro papo diremos muchos. 

Aunque suene ocioso, a la vista del grotesco espectáculo que las facciones del MAS están ofreciendo al soberano agarrándose de sus mechas entre “hermanos” para tratar a las buenas o las malas de imponer su candidatura, una completamente inviable por sus más que pésimos resultados y la otra peor, pues ya la corte IDH lo ha dejado vinculantemente sentado que esa estrategia envolvente del “derecho humano” a la reelección indefinida no sirve ni para mal chiste de Condorito (además del TCP y la CPE); no cabe duda que no estamos ante el legítimo ni genuino ejercicio de la política, sino todo lo contrario, estamos sufriendo desde el soberano las consecuencias de la tóxica politiquería.

No se busca el bien común, peor “salvar a Bolivia” (imposible, de quienes la han puesto significativamente en esa deplorable situación) y simplemente se pretende imponer el delirio totalitario del dictador expulsado por tarjeta roja del soberano y del otro lado, sobrevivir para acabar como sea su más que pésima gestión y/o salvar los trastos que le quedan. Se trata pues de minucias propias mediocres seriales (Rojas Ríos, dixit) que no reparan en los gravísimos daños que le perpetran al estado que idolatran y peor, al ciudadano al que dicen defenderían y más bien, le engañan y usan obscenamente.

Prueba que demuestra más allá de toda duda razonable esa obscenidad constituye la constatación cotidiana que no les importa que el país se esté cayendo a pedazos quemando su presente y futuro (literal) con la actual situación económica, social, de la administración de justicia, etc., que no es de ahora sino consecuencia de la década anterior precisamente por sus fracasadas políticas impuestas entre ambos cumpliendo las órdenes y consignas de la franquicia del Socialismo del siglo XXI. Prefieren hacer khalearse a sus “hermanos”, mientras uno marcha en su vagoneta blanca (textual) y el otro, manda desde su palacio.

Desde una visión que rescata la preponderancia del ser humano por encima de sus delirios estatistas u otros totalitarios, asquea ver que ambas facciones no reparan en utilizar a sus huestes como objetos y no seres humanos. Los que gobiernan, a sus funcionarios públicos (me niego escribir que fueran servidores, salvo de ellos) y los otros a sus acólitos; cual si fueran simples medios u objetos para cumplir sus intereses personales y grupales y no seres humanos en sí mismos. Kant se volvería a morir por semejante afectación de su célebre ética, que recomendaba jamás usar a la persona como simple medio para conseguir fines. 

Aunque esas breves reflexiones son completamente ajenas para estos “Trucutús plurinashonales” enfrentados por defender a sus jefazos, aunque uno marche en lujosa vagoneta con vínculos con la industrialización de la hoja “sagrada” y el otro obligue a sus empleados a defenderle, con tal de mantener la peguita. Asco total.

Así el estado putrefacto del arte, ambos mantienen una relación tóxica con quienes –mienten– dicen defender o amar o siquiera respetar: el pueblo, el estado, la sociedad, etc. Son como el marido o la esposa que suele mentir, manipular, herir, menospreciar, abusar y acosar a su “amado”. 

La política en la cabal acepción del término es algo completamente diferente de esa relación tóxica y ha quedado degradada en burda y repugnante politiquería. ¿Usted confiaría su futuro a ellos? Por supuesto que no. Ojalá desde la otra parte del escenario se tenga –a diferencia de lo que recientemente también ocurrió– la idoneidad para empezar a cambiar el actual desastre cambiando ese modelo demostrablemente fracasado y no volver a entregarnos a esas garras, cara conocida. Mientras, no hay que olvidar aquello de Thomas SOWELL: "La política es el arte de hacer que tus deseos egoístas parezcan el interés nacional".

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