¿Quién tira la primera piedra?

Cecilia Terrazas Ruiz 30/09/2024
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Ninguna mujer busca embarazarse para luego tener la experiencia de abortar. Ninguna busca premeditadamente interrumpir su embarazo, más aún sabiendo que cuando “no se aborta como la gente”, se vuelve un pedazo de carne clandestina que termina arriesgando su fertilidad y su vida misma.

Hay tantos abortos como razones que los acompañan: un método anticonceptivo que falló, falta de condiciones económicas, procesos emocionales complejos, dificultades de salud, violación, edad, entre muchas otras. Lo cierto es no todos los embarazos son planificados, y la maternidad no siempre es deseada.

La sombra que rodea y condiciona a las mujeres no permite establecer datos oficiales sobre el aborto, sin embargo, el SNIS del Ministerio de salud, señala que en Bolivia se realizan alrededor de 160 abortos por día, y que las interrupciones del embarazo (inseguras diría yo),  son la tercera causa de muerte de mujeres en el país. No es menor el dato del Fondo de Población de Naciones Unidas: El 50,5% de embarazos en Bolivia no son intencionales.

Pero la clandestinidad no tiene que ver solo con un cuarto oscuro y mal ventilado, el olor a desinfectante, sudor y miedo, o el “médico” apurado por cobrar, sino con una sociedad que insiste en el estigma de las “malas mujeres”, faltas de moral y privadas de ejercer su libertad de conciencia para tomar decisiones sobre su cuerpo, su vida, su reproducción, en suma, su historia.

¿Libertad de conciencia? Si, un pilar esencial de todo Estado que se proclame laico y democrático, como lo establece el artículo 4º de nuestra Constitución: el Estado es independiente de la religión, y esa independencia implica que la jerarquía eclesiástica no debe interferir en cuestiones políticas ni sociales que terminan encasillando las decisiones reproductivas en el plano del “pecado”, demostrando permanentemente un poder que se materializa en el cuerpo de las mujeres.

Sin duda el aborto es un tema de libertad de conciencia y de libre albedrío. Se trata del derecho a decidir que tiene cada persona basándose en lo que le dicta su conciencia, que es la única que realmente conoce lo que es mejor para ella, sabiendo que no existen normas universales que determinen el bien y el mal en todas las situaciones. Las mujeres no deciden abortar como deciden cortarse el pelo, no, ponen en consideración todos los factores a favor y en contra de traer al mundo un ser humano, y, generalmente toman la decisión en función del bienestar de otras hijas e hijos, de la familia, de otras personas y, por supuesto, de ellas mismas.

El aborto existe en pasado, presente y futuro; esto no ha cambiado, como tampoco el hecho de imponer a las mujeres una etiqueta sobre lo que es “moralmente correcto”, etiqueta que no se aplica a las miles de parejas, médicos, legisladores, enfermeras, sacerdotes, amantes, amigos, madres, y otros/as “cómplices” y acompañantes.

Somos una sociedad empachada de contradicciones e hipocresías. Mientras les damos a las mujeres la responsabilidad de la maternidad, la crianza, el hogar, la familia, y les reconocemos su enorme capacidad moral para decidir en estos terrenos; les negamos, juzgamos e invalidamos la posibilidad de decidir continuar o interrumpir un embarazo. 

No corresponde preguntarnos por qué una mujer aborta, ese es el terreno de su sagrada libertad de conciencia, quizás deberíamos preguntarnos ¿por qué hay tantas en ese cuarto oscuro y mal ventilado, con olor a desinfectante…arriesgando su salud y su vida? Nos podemos hacer tantas preguntas, finalmente abortamos pero estamos vivas.

 

* Es comunicadora social. Feminista.

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