Evo Morales ha decidido transformar su demanda para ser habilitado como candidato a las elecciones presidenciales en un movimiento insurreccional. Ahora la meta es derrocar al gobierno de Luis Arce. Plantea así un conflicto en términos absolutos: todo o nada, victoria o derrota. Guerra de posiciones extremas sin ningún espacio para la negociación, es decir, para la política.
Las condiciones que rodean al movimiento evista son muy diferentes de las que dieron origen a su gobierno en el año 2005, y por eso las conductas colectivas que lo llevaron al poder no arrojarán ahora el mismo resultado. Tendrá que enfrentar la derrota.
Han cambiado muchas cosas.
En el plano económico, después de la bonanza vivida hasta el año 2013 se inició la declinación de la economía. Los indicadores de la situación actual del país no podrían ser peores. La gente percibe claramente que la solución a los graves problemas económicos no vendrá de las manos de quienes los causaron.
En el plano político el principal problema de Evo Morales es la división del MAS. Su viejo aliado ha resultado ser astuto y no tenerle consideraciones. El apoyo popular de antaño, que se antes expresaba en una amplia geografía, ahora está limitado al departamento de Cochabamba y algunas zonas de altura en Oruro y Potosí. Esa delimitación territorial, si bien le da fuerza para realizar algunas acciones de hecho, tiende a deslegitimarlo en el resto del país. Evo Morales tampoco controla el mismo aparato político de antes, sino una versión portátil. El apoyo internacional del que gozaba se ha reducido; ya no hay esposos Kirchner, Lula Da Silva es mucho más cauteloso, Maduro tambalea. No serán los BRICS quienes vengan en apoyo del cocalero.
Para colmo, aunque todavía quedan algunas fuerzas centristas, ha empezado a emerger con mucha fuerza la idea liberal y la convicción de que para cambiar las cosas se necesita una alta capacidad de imperium para restaurar el Estado de derecho y para imponer una renovada política económica capaz de instalar la economía de libre mercado con las mínimas regulaciones indispensables. El liberalismo se ha instalado en la política y quiere poder. La ciudadanía está cambiando de estado de ánimo y abandonando las obsoletas ideas del comunitarismo, el intervencionismo y el estatismo.
El hombre mismo ha cambiado. Ha desaparecido el joven presidente con la chompita a rayas, que inspiraba lástima y simpatía en los gobiernos europeos. Ahora Evo Morales es el demandado en varios juicios por causas penales comunes, siendo la más frecuente el trato carnal con menores de edad. Las demandas más resonantes son las que tienen que ver con las muertes del hotel Las Américas. El juicio contra él en la Corte IDH empezará pronto y podría llegar a la Corte Penal Internacional. La demanda de la familia Dwyler en estrados internacionales también está de pie. Y muy separadamente vienen los juicios de responsabilidades que no podrá evadir. Morales es responsable del mayor desacato a la Constitución, del uso irresponsable de los fondos públicos y de la conducción desatinada de la política exterior.
Es muy poco probable que las acciones de presión que ha desatado Morales culminen en su habilitación como candidato a la República, y en la renuncia de Luis Arce. Es mucho más probable que el gobierno –imitando la parsimonia de éste- levante paulatinamente los bloqueos y restaure el libre tránsito de vehículos. Por supuesto, podría ocurrir que los más afectados por los bloqueos decidan levantarlos con mano propia, elevando el número de fatalidades y desprestigiando más al alicaído gobierno arcista. Lo peor para Evo Morales no será la derrota en las carreteras, sino el derrumbamiento de su movimiento. Aunque éste tenga muy bien definida su propia identidad y a su adversario, no podrá legitimar su acción global; está condenado a reducirse a un movimiento local, aunque posiblemente mucho más radical que el que preexistía. Otro autoatentado no surtirá mayores efectos; evistas y arcistas han resultado ser mediocres guionistas y pésimos actores.
Poco importarían las aventuras políticas de un irresponsable sin ninguna formación, si sus acciones le afectaran sólo a él. El problema es que sus acciones afectan a todos, porque para ejercer la política no se necesita ninguna educación ni entrenamiento. Cualquier irresponsable, cualquier crédulo que se siente tocado por los dioses, cualquier psicópata convencido de haber nacido para dirigir un país, puede entrar a la política y declararse presidenciable. ¡Qué atroces resultados se conseguiría si rigiera la misma libertad para los cargos de cirujanos, pilotos de avión e instaladores de cables eléctricos! Lo atroz de la democracia es que puede permitir que algunos de sus peores hijos obtengan poder, para desde allí producir los más grandes males en nombre de las mejores intenciones.
Por esos profundos motivos, la sociedad boliviana debe rechazar la insurrección a la que llama Evo Morales y debe sepultar en las elecciones de 2025 a todos los intentos de instalar en el poder nuevas versiones del socialismo fracasado.
* El autor pertenece a la Plataforma Uno de Bolivia, que no necesariamente comparte su opinión.