La necesidad de energías

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 06/11/2024
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El precio del petróleo va a subir. O al menos no va a bajar de los 70 dólares por barril, que es el precio mínimo que hace ya tiempo se marcó la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en su cumbre ampliada con otros grandes productores como Rusia. El Gobierno de Estados Unidos, en plena campaña por la reelección, tiene la misión de evitar que suba y cause malestar en estas próximas semanas y ni la tensión entre Irán e Israel está logrando el objetivo, pero, pasado ese evento, los principales analistas ponderan otro escenario.

La apuesta es de fondo. La invasión de Rusia a Ucrania ya puso de cabeza un mercado, el energético, que ya caminaba hacia la incertidumbre. En los primeros meses de la guerra en 2022 las consecuencias fueron más o menos inmediatas sobre el precio del crudo por lo que suele suceder cuando hay turbulencias en un país que es gran productor, como en el caso de Rusia. Los precios subieron, pero se estabilizaron y Europa decidió bloquear el suministro desde ese país.

Rusia capeó las sanciones abriendo nuevos mercados en oriente y después creando una suerte de red de revendedores, principalmente desde India, que ha cubierto la demanda del crudo y ha seguido llenando las cuentas fiscales del gobierno y sus oligarcas, quienes en última instancia sostienen la guerra en Ucrania, pero los cambios en el mercado no tardaron en trasladarse a los precios de la energía a nivel mundial y con ello, el “espíritu” común contra el cambio climático y el calentamiento global se empezó a esfumar.

Los países que forman parte de Naciones Unidas y han ratificado sus convenciones habían obligado a la casi totalidad de sus miembros a asumir que hasta 2050 se habrán abandonado los combustibles fósiles, en consonancia con el acuerdo de lograr la neutralidad climática para esa fecha a nivel mundial, algo imposible mientras no se sustituyan esos combustibles. Hoy por hoy ese compromiso es papel mojado.

El año 2050 está efectivamente a la vuelta de la esquina, en términos petroleros, ya que cada exploración tradicional tarda entre seis y diez años desde que se concibe hasta que sale producción comercial, y, por ende, las grandes transnacionales están pensando qué hacer con su negocio, pues perfectamente la alternativa puede ser pasarse con todo a las energías renovables para aniquilar la competencia y volver a tener una posición de dominio mundial, aunque con otra materia prima.

Eso supone un cambio de mentalidad grande en el transporte, en la forma de entender el ocio, en la economía familiar y, por supuesto, en las planificaciones nacionales. Cambiar la matriz de locomoción a electricidad en un país acostumbrado a pensar rápido y en presente implica una madurez que es cuestionable: los viajes y fletes pueden alargarse indefinidamente a poco que haya que detenerse a cargar batería.

Bolivia vive la misma incertidumbre de los unos y de los otros. Ni el negocio del gas —prácticamente agotado— ni el del litio —que se supone infalible— dependen de lo que aquí se opine, pero la falta de criterio y de arrojo está convirtiendo la espera en una suerte de eutanasia contemporizada. Ni YPFB ni YLB pueden quedarse esperando a ver qué pasará en 2050; al contrario, hay que tomar decisiones que impulsen los sectores, al menos, para la propia supervivencia. El mundo ya no avanza a la misma velocidad que antes, pues se ha acelerado; la necesidad de energías no puede ser asumida en solitario. La tendencia es a tejer alianzas que garanticen la información para tomar las mejores decisiones.

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