El año del Bicentenario ha llegado y ayer se inauguró oficialmente el programa conmemorativo en Sucre, la ciudad donde sesionó la primera Asamblea de Diputados y donde se firmó el Acta de la Independencia. Que lo político no le gane a lo cívico.
El 2025 no tenía que haber sido un año electoral, sino uno en el que un gobierno recién posesionado abordara los festejos del Bicentenario con esa mística que tienen los años redondos y que dan pie a impulsar proyectos ambiciosos y a abrir reflexiones orientadas a cambios de fondo.
Y no es que un año electoral no sirva precisamente para imaginar futuros, pues lo más importante, se supone, son las ideas que cada frente expone en sus propuestas y el enfoque que le da al futuro del país. Sin embargo, por lo general, estas suelen quedar escondidas tras las estrategias de campaña y las tácticas de corto plazo que, se supone también, sirven para rascar votos de los más cercanos en sus posicionamientos y restar a los que están más lejos.
Lo cierto es que en el país se advierte cansancio por las reinvenciones. La Guerra del Chaco trajo una nueva Bolivia que desembocó en la Revolución del 1952, que trajo otra Bolivia nueva que después “rescataron” las dictaduras con sus planes para otra Bolivia nueva que después, cuando “se moría”, la “salvó” el Decreto Supremo 21060, que inventó una Bolivia nueva que fue caldo de cultivo para la crisis de 2003, que engendró otra Bolivia nueva que después se materializó en la nueva Constitución Política del Estado y que, llegando al Bicentenario, ya parece hacer necesaria la búsqueda de otra nueva Bolivia.
Es verdad que en nuestra historia hay demasiados elementos que nos han condicionado. El territorio enorme y despoblado, la mediterraneidad, la diversidad territorial, las fronteras porosas… nunca se han priorizado los aspectos más elementales de la educación y la salud respecto a otros que eran verdaderas emergencias humanitarias y de vertebración del territorio. Es verdad también que somos un país de matriz liberal pura, de campesinos, mineros y comerciantes que no le han pedido otra cosa al Estado que “no molestar” ni meterse en sus asuntos. Es verdad que hay un problema de ingresos y que hasta ahora solo se ha solventado empalmando la venta del recurso natural de moda —plata, estaño, petróleo, gas— sin industrializar. La historia es por demás conocida.
El 2025, el año del Bicentenario, el mundo está cambiando a grandes velocidades. Los polos geoestratégicos cambian. Las potencias convergen. Los bloques son cada vez más pragmáticos y los países, cada vez, más egoístas. Bolivia sigue teniendo potencial en su subsuelo y, aunque cada vez menos, es un pulmón verde importante a nivel mundial. Atendiendo a nuestra historia, es tiempo de hacer las cosas de otra manera. De convertir nuestra ubicación geográfica en potencial, de apostar por la educación, por internet, por cultivar la inteligencia humana y también aprovechar la inteligencia artificial, por explorar otras salidas, juntos, más fuertes, más creativos, más optimistas.
En este 2025, todas las reflexiones deben hacerse con una inevitable mirada al pasado, para evitar los errores cometidos entonces y mirar hacia el futuro. Estamos a tiempo para dejar lo político en un segundo plano y rescatar el civismo que debería tener una efeméride de esta naturaleza.