El 2024 será recordado como un año de sobresaltos para la economía boliviana. Dos períodos de escasez de diésel paralizaron sectores productivos clave, mientras que la inestabilidad política (golpe o autogolpe de Estado) aceleró una devaluación histórica del boliviano frente al dólar. Al inicio del año, la moneda estadounidense se cotizaba a Bs 8,50; sin embargo, cerró el año en Bs 11,30, marcando un incremento del 33%. Este fenómeno no solo impactó los precios de productos importados, sino que también disparó la inflación, afectando directamente a las familias bolivianas y pequeños comerciantes que dependen del comercio internacional.
Los efectos se sintieron profundamente en los mercados. Comerciantes de rubros como ropa, ferretería y abarrotes reportaron una caída significativa en las ventas, agravada por el aumento de precios en sus productos. “La mercadería ha subido, pero la gente compra menos”, lamentan, en una afirmación respaldada por datos oficiales: las importaciones cayeron en 1.687 millones de dólares respecto al año anterior. Esta dinámica evidenció un círculo vicioso en el que los costos crecientes reducen el consumo, afectando tanto a consumidores como a vendedores.
El costo de vida se disparó no solo en productos importados, sino también en alimentos nacionales de primera necesidad. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), la inflación global en Bolivia alcanzó el 9,97% en 2024, pero la inflación en alimentos llegó al 15,40% según el INE. Este incremento se tradujo en un aumento considerable en los precios de productos básicos como el arroz, la carne y el aceite, golpeando de manera desproporcionada a las familias de ingresos bajos y medios.
Entre diciembre de 2023 y diciembre de 2024, varios productos básicos experimentaron aumentos significativos. El precio del fideo subió un 16% (Bs 1,50), pasando de Bs 9,30 a Bs 10,80 por kilo. El arroz de primera aumentó un 53% (Bs 4,40), alcanzando los Bs 12,70. La carne de pollo subió un 40% (Bs 6), pasando de Bs 15 a Bs 21 por kilo, mientras que la carne de res con pulpa corriente aumentó un 25% (Bs 9), de Bs 36 a Bs 45. Estos incrementos, junto con el alza de otros productos, forzaron a muchas familias a reducir sus compras o prescindir de algunos productos, reflejando las tensiones en la economía doméstica boliviana.
La inflación desbordada del 2024 tiene causas tanto internas como externas. En el ámbito internacional, la política económica de Argentina bajo el presidente Javier Milei tuvo repercusiones directas en Bolivia. La revalorización del peso argentino en un 40% limitó la llegada de productos argentinos al país, muchos de los cuales ingresaban por contrabando. Esto afectó la oferta de bienes en departamentos como Potosí y Tarija, donde la inflación alcanzó 12,18% y 10,58%, respectivamente.
En el plano interno, la escasez de dólares fue un factor clave. La limitada disponibilidad de divisas impulsó la devaluación del boliviano, encareciendo los productos importados y aumentando los costos para comerciantes y consumidores. A ello se sumó la inestabilidad política, marcada por divisiones dentro del Movimiento Al Socialismo (MAS). La lucha entre las facciones de Evo Morales y Luis Arce no solo se reflejó en enfrentamientos parlamentarios, sino también en bloqueos y protestas que paralizaron partes del país, profundizando la incertidumbre económica.
Otro factor determinante fue lo que algunos economistas denominan “inflación por avaricia”. En este contexto, ciertos comerciantes y contrabandistas aprovecharon la crisis para retener productos y especular con sus precios, generando escasez artificial. Además, el contrabando cambió de dirección: en lugar de ingresar bienes al país, ahora se priorizó la salida de mercancías hacia mercados extranjeros, reduciendo aún más la oferta local.
El gobierno, en su intento de contener el malestar social, enfrentó críticas por su manejo de la crisis. Una política potencialmente peligrosa es la emisión descontrolada de dinero, que podría intensificar la inflación. Además, el Banco Central de Bolivia, lejos de actuar con autonomía, se percibió como un brazo del Ejecutivo, lo que limitó su capacidad para aplicar medidas efectivas.
En marzo de 2024, se presentó una oportunidad para sincerar la economía mediante medidas clave. Una de ellas fue elevar parcialmente el tipo de cambio de la moneda nacional o permitir que flotara en función de la oferta y la demanda. Otra medida habría sido incrementar el precio del diésel y la gasolina a Bs 5. Aunque esto habría generado un alza generalizada de precios, similar a la que finalmente ocurrió, la diferencia radicaría en que se habrían reducido significativamente los costos millonarios de la subvención y se habría desincentivado, al menos parcialmente, el contrabando. Sin embargo, el gobierno optó por mantener el statu quo, priorizando una visión de corto plazo que agravó las tensiones económicas.
La crisis inflacionaria del 2024 ha dejado lecciones cruciales para Bolivia. La falta de decisiones responsables y sostenidas ha puesto de manifiesto la necesidad de una política económica coherente, capaz de equilibrar las demandas sociales con la estabilidad macroeconómica. Sin embargo, las divisiones políticas y el desgaste de la imagen del gobierno complican la implementación de soluciones de largo plazo.
El panorama económico boliviano al cierre de 2024 es sombrío. Los esfuerzos por estabilizar la economía parecen insuficientes frente a las profundas distorsiones acumuladas. Sin un cambio estructural en las políticas económicas y una gestión responsable que recupere la confianza de la población y los inversionistas, el futuro cercano podría ser incluso más complicado para la mayoría de los bolivianos. La nación se enfrenta a un reto que exige autoridad y decisiones valientes, pero los signos actuales no prometen una pronta recuperación.
* Es investigador y analista socioeconómico