Si los postulantes a los diferentes cargos en las próximas elecciones son verdaderamente patriotas y tienen, por tanto, buenas intenciones, lo primero que tendrían que ofrecer a la ciudadanía es modificar la Constitución Política del Estado para anular para siempre la posibilidad de la reelección, ni por una sola vez, ni continua ni discontinua.
La triste experiencia sería el fundamento y la razón irrefutable, porque la realidad demuestra que prueban el poder y no quieren abandonarlo nunca más, como es por ejemplo el caso de Evo Morales y cualquiera de las autoridades en función aún en nuestro medio. En cuanto son posesionadas, se olvidan de que fueron elegidas para servir. A los pocos días creen que se les ha entregado el título de propiedad del país, del departamento o de la ciudad, según los casos, y actúan en consecuencia. La soberbia les fluye por los poros y la prueba son las gigantografias que aparecen en avenidas, carreteras y terminales de aeropuertos, muchas veces al lado del personaje más importante de turno; publicidad política que por supuesto implica corrupción porque no es pagada con recursos de las autoridades en ejercicio, sino con fondos públicos, o por las empresas que se adjudican obras, lo que al final es lo mismo.
Lo que se podría hacer es ampliar a un año más la duración de los mandatos para que no exista el pretexto de que para ejecutar un plan es necesario mayor tiempo. Todo eso se supera con políticas de Estado, políticas departamentales o municipales, y se evita que cada nueva autoridad empiece de cero, aun las obras importantes. Para evitar esas posibilidades existen en cada caso organismos colegiados que tienen la misión de legislar y supervisar.
Casi sin excepción, se comprueba que las diferentes gestiones empiezan siempre con entusiasmo, despertando esperanzas en la ciudadanía, que cree que por fin el pueblo ha elegido una autoridad competente y sencilla, de fácil trato, de contacto con la gente y las instituciones. Al poco tiempo, todas las expectativas se van al tacho. Los nuevos dueños del país y de las ciudades parecen pavos, no dan audiencias, no contestan cartas y se reúnen solamente con los posibles votantes, a los que ofrecen todo hasta que logran su objetivo: la reelección.
La ley tiene que evitar que esto ocurra, porque, si no, se encuentran pretextos hasta ridículos para burlar lo establecido, como aquello de los derechos humanos, que ya no es República, que es Estado Plurinacional, hasta llegar al fraude como último recurso para después asegurar que no fue tal y están dispuestos hasta a arriesgar sus propias vidas y por supuesto su tranquilidad y felicidad. Los casos de Maduro en Venezuela y Morales en Bolivia son claros ejemplos, pero por supuesto no son los únicos. Sencillamente, no pueden vivir sin el poder. Esta enfermedad, porque es enfermedad, no tiene cura.
Cuando la Constitución y las leyes son claras, sin embargo, como ocurre en otros países, no existe ese problema: no se les ocurre modificar la Constitución con ese motivo, ¡qué envidia! Se fija un día para las elecciones generales y se cumple, y por supuesto ese día se trabaja normalmente. Nosotros nos llenamos de Autos de Buen Gobierno tres días antes y se amenaza a quienes pretenden violarlo. En lo que llaman “maldito imperio”, país al que más que odio le tienen envidia, se sabe que los presidentes tienen solamente una posible reelección continua o una discontinua. Nosotros somos los maestros del mal ejemplo.
El país ganará si se acaba con las reelecciones. Dejemos de ser los maestros del mal ejemplo. Antes de llegar a media gestión, las autoridades en ejercicio empiezan, disimuladamente, según ellos, a preparar el camino que les permita quedarse, en lugar de trabajar eficientemente para irse al final con el orgullo y la satisfacción del deber cumplido.