Vivir en la sombra

LA AVENTURA DE CRECER CONTIGO Pedro Rentería Guardo 09/03/2025
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Han pasado meses desde la última columna en la que compartí contigo los acentos especiales que rodean a las PAS o “personas de alta sensibilidad”, recuerdas? 

No sé si las personas PAS viven en la sombra... sí sé que les gusta -y lo necesitan- experimentar momentos de quietud y descanso para sosegar su compleja y rica personalidad.

Entiende amiguito que me lees que no escribo el título de arriba refiriéndome a tipos antisociales que necesitan esconder sus tropelías: ladronzuelos, violadores, narcos, sicarios... todo ese museo de los corruptos que, cerca o lejos y desgraciadamente, nos acompañan en el camino de la vida. 

Recuerdo, hace mucho, mucho tiempo, haber leído algo referente a vivir en la sombra, escrito por un poeta anónimo que, por serlo, apreciaba esta actitud vital. 

Vivir en la sombra supone acercarse a las gentes, de nuestro entorno o no, creando una sana distancia con ellas que facilite el respeto, la admiración y el amor limpio.

Quien vive en la sombra espera confiado. Se empeña en tener fe en las personas y en la hermana naturaleza, sabiendo que en algún momento triunfarán el bien, la belleza y la verdad.

Quien vive en la sombra examina con mirada transfigurada. No impone, no es protagonista, lucha por la libertad codo a codo con otros muchos que también habitan la sombra.

Quien vive en la sombra está en la retaguardia de la vida. No quiere los primeros puestos, repletos de maquinaciones rancias, mentiras, violencias y corrupción. Sabe que a esa retaguardia llegarán, tarde o temprano, los descartados por los poderosos: los pobres, los inocentes, los vulnerables, los enfermos incurables, los niños perdidos, los valientes que llegan de guerras perdidas... ¡tantas gentes!

Quien vive en la sombra sabe contemplar con ojos de niño. Admira a sus seres amados: padres, pareja, hijos, nietos, amigos, mascotas... les observa en silencio, les ama en silencio y reza por ellos al buen Dios que nos quiere y ama a todos.

Cuando escribo me gusta adivinar preguntas que vosotros, jovencitos lectores, podéis plantear y que, seguro, las haréis en cuanto nos encontremos en esos tiempitos semanales de risas, almuerzo y, cómo no, conversaciones digamos interesantes. Como bien decís: “ya se encarga el padrecito de sacarnos opiniones y experiencias y de plantearnos interrogantes sobre Dios y sobre la familia, los amigos, las clases, los enamoramientos y más cosas”. 

- Pero para nosotros, padrecito, ¿qué será vivir en la sombra, que usted dice?

Bueno, quisiera que no fuera solo un concepto para adultos, para gentes que a veces presumimos de no sé qué sabiduría y nos sentimos versados en todo lo humano y lo divino. Incapaces de aprender de vosotros, changuitos adolescentes. Cuántas veces me habéis insinuado correcciones para mi vida y yo no me canso de reclamaros que, abiertamente y con respeto, conversemos de lo que es fallo y torpeza en mi quehacer diario. 

Entonces los educadores nos convertimos en ejemplo para vosotros. La mejor respuesta a tu pregunta está en vivir nosotros en la sombra de manera tan sincera y virtuosa (palabra hoy en desuso) que nuestro testimonio sea como un buen libro abierto o una película de esas “de pensar”, que os digo a veces. Testimonio que os anima a imitarnos, mejor a cernir lo nuestro desde vuestras expectativas y circunstancias... ¿Me explico?

- Sí, padrecito, ¡como un libro abierto!

Termino chicos. Y vuelvo a palabras escritas arriba en esta columna. Los educadores, las educadoras, también los padrecitos, tenemos vocación de papás y mamás, más allá de cuestiones de sangre. Y deseamos miraros desde la sombra con respeto, admiración y amor limpio. Teniendo fe en vosotros, siempre. Y en las queridas mascotas. Sin imposiciones ni protagonismos. Desde la retaguardia. 

En la sombra quiero contemplar con ojos de niño a mis seres queridos, observándoles en silencio, amándoles y rezando por ellos al buen Dios que nos quiere y ama a todos. 

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