Cementerios de asfalto y tierra

PAREMIOLOCOGÍ@ Arturo Yáñez Cortes 10/03/2025
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Aunque es difícil llevar la cuenta, van por lo menos 127 muertos en accidentes de tránsito en lo que corre de este 2025. En el recién pasado Carnaval hubo por lo menos 95 víctimas mortales y cerca de 300 heridos, sin contar con víctimas de otra índole (violencia doméstica, violaciones, khaleaduras, etc.), la mayor parte percutidas por el consumo desenfrenado del alcohol. De acuerdo con el Observatorio Boliviano de Seguridad Ciudadana y Lucha Contra las Drogas (OBSCD), el 2024 se registraron 1.748 fallecimientos por siniestros viales, lo que implica un incremento del 15.38% del año anterior, probando más allá de toda duda razonable una tendencia a la fatalidad en la seguridad vial del plurinashonal. 

Lo peor de todo es que absolutamente todas esas muertes y heridos, podrían haberse evitado pues obedecen prácticamente en todos los casos a causas humanas, es decir, a la voluntad del actor, su ebriedad y el encubrimiento de un obeso Estado, cuyas instituciones están profundamente prostituidas por la corrupción, el clientelismo, el servilismo político y la mediocridad.  

La respuesta fácil y demagógica es aumentar las penas ya previstas para esos ilícitos (homicidio y lesiones graves y gravísimas en accidente de tránsito, omisión de socorro, etc.) o “inventar” otros “nuevos” delitos; pero… lamentablemente y lo digo como abogado, eso es puro populacherismo penal que no sirve para absolutamente nada útil, pues por elemental sentido común –el menos común de los sentidos– hay que atacar las causas de esos crímenes y no sus efectos, por muy políticamente incorrecto que resulte.

En esa línea y sin pretensiones de exhaustividad, planteo algunas ideas al respecto. El primer aspecto macro en el que hay que reparar o sistémico como dirían algunos, recae en que el Estado –obeso, como está fruto de los totalitarismos que nos han venido gobernando– pretende o mejor, delira, con controlarlo todo, cuando es harto evidente que simple y, sencillamente, no tiene el suficiente músculo para hacerlo, pues se ha convertido en una gigantesca estructura corrupta integrada por estructuras mafiosas que solamente velan por su interés inmediato (plata). 

El principal actor en ese escenario es la Policía Nacional prostituida indecentemente en la guardia pretoriana del partido político de turno, sin que exista el menor vestigio de meritocracia en la selección de sus altos cargos y así sucesivamente hacia abajo. Solamente interesa la estructura recaudadora que opera de abajo hacia arriba y ello implica que no existan reales controles en las salidas de buses interdepartamentales o, de haberlas, operan como oficinas recaudadoras para que los chóferes le metan nomás ebrios en destartalados vehículos sobrecargados de personas tratadas como bultos, con los resultados luctuosos que a diario vemos. ¿O han visto a algún policía siquiera investigado por incumplimiento de deberes cuando se produjo un accidente vial? ¿Controlan el estado y la capacidad de los buses que pasan por su tranca? ¿Han visto por causalidad algún bus interdepartamental en las eternas filas de la “inspección técnica” vehicular?  Todo se “arregla” con una coima y listo, que pase lo que tenga que pasar… Hay que recaudar nomás psss mi coronel.

La ATT y sus oficinas de “defensa” del consumidor son otra estrategia envolvente. Una vez no me querían entregar una encomienda “porque el bus estaba cargando” y acudí a esa decorativa repartición en la terminal de buses de la Capital y su encargado –años atrás– parecía el defensor de oficio del busero, convirtiéndose en el verdugo del usuario.

Con todo y es altamente relevante, el factor humano es absolutamente determinante. Existe una cultura de la temeridad fuertemente instalada en los chóferes (ojalá, apliquen excepciones a esa regla). Cuanto más grande es el vehículo, más temerario es el conductor atenido a su pachajcho o enorme bus, lo que –según ellos– les da licencia para matar invadiendo carril contrario; encandilando con sus poderosas luces a los otros vehículos y, lo que es peor, le meten sus tragos –total, como nadie les dice nada y peor Tránsito– como si fuera “lo normal”. Por supuesto, nosotros también los usuarios se los permitimos, en la medida que podemos. ¿O Será que muchos comparten esa “cultura”?

Se trata, pues, de toda una cultura mortífera y corrupta, que las leyes por muy draconianas que fueran muy poco podrán incidir útilmente, si lo que no cambia es esa forma mediocre de entender el mundo –no respetar una luz roja, no usar cinturón de seguridad o cumplir elementales reglas del sentido común al conducir, sin respetar el mayor bien como es la vida humana– lo que tampoco cambiará si no es mediante una fuerte institucionalidad no pervertida y prostituida por el vulgar servilismo clientelar político y asqueroso sistema de encubrimiento y recaudación orquestado por delincuentes con grado y uniforme. Pero también requiere del ejercicio de ciudadanía activa y no cómplice, que privilegie en todas las circunstancias el mayor bien de la humanidad: la vida humana y su integridad. “La muerte sólo tiene importancia en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida”: André Malraux.

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