Los aniversarios no solo deberían ser motivo para celebrar, sino también para reflexionar. Hace un siglo, cuando Bolivia conmemoraba el primer centenario de su independencia, sus intelectuales lo entendieron así y, actuaron en consecuencia.
Para el primer centenario, las más conocidas plumas del país reflexionaron sobre filosofía, educación, antropología y cuanta disciplina era necesaria, en el afán de entender cómo estaba el país y cómo se lo iba a proyectar hacia los siguientes años. Una de las cuestiones motivo de apasionados debates fue la del elemento indio.
En ese afán, el mismo presidente de entonces, Bautista Saavedra, se convirtió en protagonista de los debates, especialmente después de la publicación de su estudio sociológico “El ayllu”. A ese impreso se sumaron muchos otros, no siempre bajo la forma de libros sino también en artículos publicados en los periódicos de la época. Un siglo después, ya se puede discernir cuánto de útiles fueron aquellas contribuciones. El balance permite evidenciar que se avanzó mucho, aunque no se lo percibió así en los primeros momentos. El debate sobre la cuestión indigenista devino en lo que se conoció como “Revolución Nacional”, que puso a los integrantes de los grupos originarios en el rango de ciudadanos —en el que no estaban hasta entonces—.
El debate fue más bien escaso en la disciplina de la historia. El Centenario tuvo publicaciones importantes, como el famoso álbum, que no ha sido igualado hasta el presente, pero no profundizó en cuestiones de fondo debido a que no tenía las herramientas para eso.
Actualmente, la historia trabaja sobre la base de pruebas materiales y la preferida de entre estas es la documental. Hace 100 años, la comunicación seguía siendo dificultosa, los viajes eran largos y, para consultar documentos, se necesitaba trasladarse a los países donde estaban los documentos. En la mayoría de los casos, los historiadores renunciaron a eso y trabajaron con el material —escaso— que tenían a la mano. Ante los vacíos o lagunas que encontraron en el estudio del pasado, surgió una costumbre que en esos momentos podía ser vista como algo normal, y en ocasiones hasta patriótica, pero ahora es considerada reñida con la ética: armaron pruebas donde no las había. Eso dio lugar a falsos históricos que hoy son tomados como verdades.
La historia también planteó otro inconveniente: aquello de que es escrita por los vencedores. Especialmente en los primeros años, la narrativa fue impuesta por quienes mandaban y por eso, cuando empezó a escribirse la historia de Bolivia, a mediados del siglo XIX, pesaron mucho las versiones del “olañetismo”, es decir, aquel estado de cosas que estuvo fuertemente influido por Casimiro Olañeta. En ese marco se redujo y hasta se alteró la importancia de la Batalla de Tumusla.
Las múltiples interpretaciones de esta batalla generaron un debate que llegó hasta nuestros días. Aún hoy, pese a la exhibición de abundantes pruebas, algunos investigadores afirman que ese episodio de la historia no ocurrió. Otra corriente señala que no solo ocurrió, sino que fue determinante para la independencia de Bolivia, y todavía existe una ecléctica que sí admite el hecho, pero lo degrada al afirmar que no fue batalla sino un simple motín.
Tumusla debió ser motivo de un debate propiciado desde el Estado con el fin de llegar a consensos que puedan ser considerados oficiales. De todas maneras, la importancia de ese episodio histórico será reivindicada este 1 de abril en los actos centrales de homenaje que se realizarán en Tumusla con la participación del presidente Luis Arce.