El anuncio del ejecutivo de la Central Obrera Boliviana (COB), Juan Carlos Huarachi, en el sentido de que dejará la conducción de ese organismo nos ha recordado su existencia.
Luego de haber desempeñado roles fundamentales en el pasado, la COB es, actualmente, un nombre, un rótulo o un recordatorio de lo que en algún momento de nuestra historia fue un organismo capaz de cambiar los destinos del país.
¿Cuándo se hundió la COB? En el momento en el que olvidó el papel que se asignó a sí misma, a través de su estatuto orgánico. El último de su declaración de principios consagra la “independencia de la COB como organismo de la clase con relación al gobierno, partido político u otras formas de presión sectaria en su seno”; por consiguiente, perdió el rumbo cuando pactó con los gobiernos de los últimos tiempos.
Actualmente, la independencia sindical es un mero enunciado. Ya en 2018, cuando se eligió a Juan Carlos Huarachi como secretario ejecutivo ya había una alianza sólida entre el MAS y la Central Obrera sin una agenda pública real en cuestiones de obrerismo, sino que más bien se manifestaba en un seguidismo político sin fisuras.
La COB logró que Evo Morales les garantizara una docena de puestos de salida en la Asamblea para conformar su propia bancada obrera en 2019. Después Huarachi fue de los primeros ejecutivos de los movimientos sociales en “sugerirle la renuncia” a Morales, y apenas un mes después se sentó en las mesas de pacificación con Jerjes Justiniano para viabilizar la transición dirigida por Jeanine Áñez. Su docilidad fue denunciada en múltiples ocasiones, pero en un último giro de circo acabó sentado de nuevo al lado de Luis Arce, convirtiéndose en su validador ante los obreros.
El problema no es político, aunque sus decisiones y posiciones hayan generado mucho pudor entre dirigentes históricos y simpatizantes consecuentes del movimiento obrero. El problema principal es que las condiciones de los trabajadores en el país se han deteriorado en la última década de una forma muy acusada sin que el órgano de representación haya gestionado una sola propuesta o reforma para el beneficio común.
Los números no mienten: la informalidad se ha disparado hasta límites intolerables y eso implica mucha gente trabajando sin seguros, sin contratos, sin cotizaciones de largo plazo… La explosión de consultores, siempre aprovechado abusivamente por el sector público, ha saltado ya a la órbita del trabajo privado sin que la Central Obrera pestañee.
Por lo general los sueldos en Bolivia siguen siendo escandalosamente bajos, en parte consecuencia de un mercado laboral muy pobre: sobra mano de obra poco cualificada, escasean las industrias o fábricas verdaderamente productivas y la productividad de los asalariados es baja. Las consecuencias las pagamos todos, pero aun así, nadie ha logrado romper este círculo vicioso que ha desaprovechado una oportunidad de oro en la década de ingresos altos.
La COB hace tiempo que se preocupa por los privilegios de unos pocos trabajadores acomodados y olvida al resto. Flaco favor le ha hecho medidas como el doble aguinaldo, los incrementos por encima de la inflación, leyes de inamovilidad que se aplican con discrecionalidad o la rigidez de las jornadas a los jóvenes mejor preparados que han tenido que acabar acomodándose a los salarios mínimos… o a la migración.
En resumen, la Central Obrera Boliviana se dedica actualmente a cualquier cosa, menos a defender los derechos de los trabajadores que, según su estatuto orgánico, es su principal objetivo. Se ha convertido en una agencia de empleos de alto nivel en la que los privilegiados son sus principales ejecutivos y eso dista mucho de la ética que debería manejar siempre.