Estamos a 10 de abril y, en condiciones normales, el periodo de lluvias debería haber terminado, pero las precipitaciones pluviales se prolongan más de lo esperado y están dejando a su paso un saldo lamentable: luto, dolor y desastres.
Decenas de familias abandonando sus hogares en Codavisa, una urbanización ubicada entre la ciudad de La Paz y Palca, son apenas una muestra de las escenas más desoladoras que les han tocado vivir a ciudadanos y ciudadanas bolivianas.
Así como ocurrió en Codavisa, muchas familias, en un abrir y cerrar de ojos, perdieron sus casas porque se vinieron abajo.
El impacto de las lluvias generalmente se mide en cifras que dan una idea de la magnitud de la tragedia, pero la parte humana solo puede expresarse en preguntas: ¿Qué sentimientos embargan a quienes pierden sus viviendas en un instante? ¿A dónde irán? ¿Quiénes les ayudarán? ¿Cómo soportar la pérdida del techo que se hizo con el esfuerzo de toda una vida? ¿Habrá alguien que se interese de manera genuina por ellos? ¿Las autoridades —ejecutivas y legislativas— son conscientes de la pérdida de estas personas?
Otro ejemplo que duele es el de Tipuani. Esa localidad de vocación minera quedó prácticamente sumergida por el agua del desborde del río. Unas 400 familias resultaron afectadas por las inundaciones: el agua alcanzó los 10 metros de altura. Los pobladores perdieron todo, los colegios se cerraron y más de 200 estudiantes tuvieron que pasar clases a distancia. Además, los expertos advierten que Tipuani puede desaparecer por la minería descontrolada.
Las lluvias también están dejando luto. Hasta el lunes, el Gobierno había oficializado la muerte de 55 personas como consecuencias de riadas, derrumbes y otras catástrofes en el país. Además, cerca de 600 mil familias se cuentan entre las afectadas directas por los desastres.
Como siempre, salen declaratorias de emergencia, incluso de desastre departamental. Luego, se activan planes de emergencia, pero el futuro de los damnificados queda en la incertidumbre porque, para mitigar el daño, irremediablemente, se necesitarán recursos económicos.
En paralelo, precisamente la economía anda de mal en peor. La escalada de precios está siendo vertical y todos con el mismo denominador común: la falta de dólares que encarece su valor en el mercado negro y, de ahí, sube todo, incluso los productos nacionales, lo cual se adjudica al coste de los repuestos.
En paralelo, se ha adelantado el debate del incremento salarial, en este caso para nivelar los sueldos a los precios disparados; y aunque han aparecido los clásicos argumentos de la inflación, lo cierto es que queda tan poco trabajo formal que el impacto será mínimo.
Las lluvias se resisten a despedirse hasta su próxima temporada mientras el año del Bicentenario sigue avanzando y, da la sensación de que no hemos crecido como país. Tal vez hayamos aprendido algunas cosas, como que la vida real no se sostiene con consignas, que vale la pena escuchar a quienes dan consejos desde el conocimiento o la experiencia, que es necesario asumir los errores para corregir sus consecuencias, y que todo tiene solución cuando se enfrenta con honestidad y no desde intereses mezquinos. Ojalá sirva en el futuro.