La nueva política arancelaria de Estados Unidos, aplicada por el gobierno de Donald Trump, de inicio impactó negativamente en los mercados internacionales. Las principales bolsas cayeron y esto, como suele pasar, arrastró a los principales indicadores económicos.
El miércoles 2 de abril, el mandatario norteamericano presentó oficialmente su estrategia en lo que se ha interpretado a nivel mundial como una “guerra comercial”. De ser así, aunque los aranceles afecten a decenas de países, estaríamos hablando de una conflagración no convencional entre las dos principales potencias del planeta: EEUU y China.
Lo que para Trump fue el “Día de la Liberación”, para los países afectados resultó un duro golpe porque la carga tributaria implica una mayor erogación de recursos económicos.
Además de la reacción de China que, en reciprocidad, impuso nuevos aranceles a EEUU, la Unión Europea fue la que respondió con mayor enojo por la medida unilateral. Y esto, junto con las críticas negativas que recibió la Administración de Trump, de algún modo hizo retroceder al polémico presidente identificado con el proteccionismo.
Ahora, planteó negociaciones bilaterales con cada país afectado. Con relación a la gigante asiático, Washington mandó un mensaje claro este martes al señalar que a China le corresponde dar el primer paso para llegar a un acuerdo arancelario. Y aclaró que no hará diferencias respecto a cualquier otro país.
¿En qué consiste la cuestión de los aranceles? Estos impuestos aduaneros, con el libre comercio internacional surgido tras la Segunda Guerra Mundial, fueron bajando progresivamente. Pero ahora, con el gobierno de Trump, la intención es reajustar los porcentajes hacia arriba.
EEUU anunció un arancel general del 10 por ciento para todos los productos que importe y aranceles específicos de diferentes porcentajes para unos 60 países, sin distinciones de si son del primero o del tercer mundo.
Según muchos analistas, esta decisión representa una amenaza para el comercio internacional; pero, desde otra perspectiva, fundamentalmente economicista, se constituye en la reafirmación del capitalismo en su forma más pura. Con esta estrategia, Trump, en su lógica, busca eliminar distorsiones creadas por el libre comercio desbalanceado y devolver a EEUU su papel como epicentro de la competencia económica.
Bajo la visión del Presidente norteamericano, el capitalismo genuino se basa en la competencia justa, donde ninguna nación subsidia a otra ni permite que las desigualdades estructurales dicten el mercado. Los economistas adscritos a las corrientes liberales señalan que, al imponer tarifas mínimas del 10% a todas las importaciones y sanciones adicionales a quienes abusan del déficit comercial, el Gobierno estadounidense está impulsando un regreso a los principios fundamentales del libre mercado.
Pero, mientras las grandes potencias mundiales juegan a su propia “guerra comercial”, quienes pagarán los platos rotos serán los países que no desarrollaron sus mercados y que se favorecían con las libertades arancelarias. De todos modos, este tema está en pleno desarrollo y todavía queda mucha tela por cortar.