El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, fue al Vaticano a despedirse del papa Francisco y, sorpresivamente, acabó reuniéndose con su homólogo de Ucrania, Volodímir Zelenski, con quien habló sobre la posibilidad de un alto al fuego permanente en este último país. Horas después, amenazó con sancionar al régimen del presidente ruso Vladimir Putin por no avenirse a los términos de una eventual pacificación.
Estas dos acciones pueden interpretarse como una doble muestra de poder: la de Trump, como mandatario de la primera potencial global, y la del Vaticano, que lo “sentó” a dialogar con Zelenski en pleno funeral de Francisco y en la mismísima basílica de San Pedro. Las fotos de ese cara a cara —en alguna incluso se ve a un representante de la Iglesia católica de espaldas— son realmente icónicas.
Su intervención directa en el conflicto de Ucrania se produce apenas unos días después de haber puesto al mundo de cabeza con su nueva política de aranceles, con la que ha ocasionado daños directos en las economías asiáticas, principalmente.
En este segundo mandato, Trump empezó a toda velocidad expulsando migrantes, salió de la Organización Mundial de la Salud, se estrelló con Europa para exigirle más gasto militar, y aplastó cualquier amague de equidistancia en la relación con Israel. También tomó decisiones paradigmáticas, comenzando con los mencionados aranceles, y metió bajo la alfombra una de sus promesas del pasado: acabar con la red china TikTok en Estados Unidos tras acusarla de espionaje, algo de lo que obtuvo muy buenos números en la última campaña. Sigue sin estar claro qué quiere hacer en realidad con Sudamérica, en general, y con Venezuela en particular. El argentino Javier Milei hizo equilibrios para no cuestionar sus decisiones luego de reconocer que no hablan directamente. Pero, sobre todo, Trump empezó a repatriar refugiados venezolanos a Caracas, para goce y disfrute de Nicolás Maduro, sorprendido de la propia irrelevancia mediática que le sobrevino, que hasta volvió a agitar la bandera de la guerra con la Guyana por el Esequibo para recibir algo de atención.
El mandatario de EEUU también amenazó a Irán con un bombardeo inminente y siguió golpeando con saña la resquebrajada Unidad Europea exigiendo la anexión de Groenlandia, la isla más grande del mundo que nace en el polo norte y pertenece a Dinamarca.
Por lo que se ve, lo único seguro, por ahora, es que las acciones de Trump son impredecibles y las consecuencias ya las estamos viviendo: la inestabilidad como forma de vida y la relación multipolar en función de intereses en corto se imponen como estilo de gobernanza y, en esa coyuntura, en este lado somos expertos para sacar lo mejor de nosotros mismos.
Pero, aunque podamos soportar los embates de la crisis que ya vivimos, tenemos que acostumbrarnos a que el mundo, pronto a tener un nuevo papa, está viviendo una nueva era que, guste o no, sigue el rumbo que marca desde Washington el presidente Trump.