Niños en cunas de oro... y niños en catres de madera

LA AVENTURA DE CRECER CONTIGO Pedro Rentería Guardo 11/05/2025
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Una amiga educadora en un Centro de niñas y niños con capacidades diferentes me sorprendió hace poco al decirme:

- Padrecito, hay niños en cunas de oro... ¡usted sabe!

A lo que añadí convencido que, igualmente, hay niños en catres de madera, o quizá de adobe, o simplemente durmiendo sobre frazadas en el suelo.

Y es que estábamos hablando del cariño, del cuidado, del respeto debidos a los niños, a todos los niños. Pero en la realidad -usted también lo sabe, amigo lector- esto no es así siempre. Vivir en una familia amorosa garantiza el crecimiento integral de nuestros niños a pesar de las dificultades de convivencia, de economía, de comunicación a veces torpe... de todo eso que resulta inseparable de nuestra condición humana. 

Donde no hay familia -o si la hay es incapaz del cariño, del cuidado, del respeto necesarios- hay un internado, un hogar de acogida, un centro de rehabilitación o la calle pura y dura. ¿Hay quién dé más? Y lo escribo con toda mi admiración hacia los equipos de trabajo que dirigen estos hogares o centros, desde la sociedad civil o desde la Iglesia. 

Sí, hay quien da más, hay quien decide adoptar o asumir la “guarda” (acogida familiar) de esa niña, niño o adolescente marcados por el desapego, la violencia, la soledad o el abuso de un entorno que nunca aprendió a amar. He intentado siempre animar a los generosos padres que deciden encargarse de un menor, que no olviden a los adolescentes: sé que resulta más agradable acoger a la niña o niño de corta edad, y más complicado hacerlo cuando tienen 13, 14, 15 o más años. Es todo un reto. Y más si hablamos de menores con capacidades diferentes.

La vida tiene su exigencia. O te empeñas en complicártela, asumiendo una ardua tarea de educación que no sabes a dónde te llevará... o decides vivir eternamente en tu “zona de confort”, como ahora se dice, para que nada ni nadie te moleste. Y termines siendo un eterno aburrido. La implicación de la que escribo compromete la vida entera. No somos papás adoptivos o de “guarda” por un tiempo determinado. Es un contrato del corazón para siempre. Es puro evangelio. Es el deseo profundo de nuestro Dios que nos pide amar y amarnos. Respetar y respetarnos.  

También hay adultos mayores -viejitos, abuelitas- en cunas de oro y otros en catres de madera, o quizá de adobe, o simplemente durmiendo sobre frazadas en el suelo. Como digo arriba, donde no hay familia -o si la hay es incapaz del cariño, del cuidado, del respeto necesarios- hay un asilo, una residencia, incluso un lujoso hogar de acogida con los mejores medios y posibilidades. ¿Tendríamos igualmente que asumir las figuras jurídicas de la adopción o “guarda” también para ellos? Imagino a mis lectores sonriendo cándidamente. 

Nuestra querida Bolivia hoy, ¿está en cuna de oro?, ¿en catre de madera o quizá de adobe, o simplemente durmiendo sobre una frazada en el suelo?

La dura situación económica, la retorcida política que día a día nos hiere, los ánimos desencantados y fríos que percibimos y más duros calificativos crean un ambiente de injusticia que se multiplica en muchos con signos de corrupción. 

No tenemos trabajo digno, pasamos hambre, estamos tristes y decepcionados. Otra vez pregunto: ¿hay quién dé más? 

Sí, hay quien da más. Quienes testifican con su comportamiento, con su vida, que la poca riqueza hay que repartirla. No es tiempo de gastos superfluos, de comilonas y borracheras, sino de compartir hasta los cincuenta centavitos despistados que están en nuestro bolsillo. Diosito nos pedirá cuenta del testimonio que creyentes y no creyentes demos en estos tiempos de penuria. 

- Chicos, los días que podáis salir de este Centro a trabajar o estudiar y encontréis en cualquier esquina una abuelita o un viejito, pidiendo, regalarle una sonrisa y una monedita... Es adulto mayor y no puede trabajar -comenté el domingo pasado en la Misa que celebro con los atentos residentes del Centro de Reintegración Solidaridad. 

Hasta el día en que todos, todos, tengamos una cuna de oro.

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