Monarquía y democracia

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 18/05/2025
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Desde que comenzaron a desarrollarse como tales, las sociedades adoptaron diferentes formas de gobierno que fueron mutando con el paso del tiempo.

Entre las primeras formas de gobierno estuvo la monarquía, que se caracterizaba por el gobierno de una sola persona y con carácter perpetuo. Al morir el gobernante, cuyo título más común fue el de rey, el gobierno era heredado por alguien de su misma familia, generalmente su hijo.

Las monarquías se basaban en criterios religiosos, que luego derivaron en teocracias, y sus argumentos fueron tan efectivos que duraron milenios. El elemento espiritual apuntaba hacia el designio divino; es decir, que tal o cual dios, o varios de ellos, habían decidido que “X” persona sea quien gobierne a una comunidad. Fueron muchos los casos en los que los reyes justificaron su condición de tales afirmando que eran descendientes directos, e incluso hijos, de esos dioses.

El Tawantinsuyu, que fue más conocido como “imperio incaico”, se basaba en un argumento teocrático: uno de los incas, Pachakuti, borró la historia anterior a él e hizo difundir otra, nueva, en la que él aparecía como descendiente directo del dios sol. Sobre esa base, los incas gobernaron en un Estado en el que sus gobernados eran sus tributarios y el poder era transferido a sus hijos, mediante lo que hoy se denomina sucesión hereditaria.

La democracia es un sistema de gobierno más bien tardío, puesto que llegó aparejado de sucesos como la otorgación de la Carta Magna, en Inglaterra, y la Revolución Francesa. Las repúblicas surgieron como resultado de la evolución de las sociedades en las que el concepto de dioses que designan a los gobernantes fue desenmascarado como lo que es: un argumento anacrónico o, mejor, un pretexto para que personas, familias, dinastías enteras permanezcan en el poder indefinidamente. 

En una república, quienes designan a los gobernantes son los ciudadanos y lo hacen mediante elecciones. Como ya nadie cree en designios divinos, los gobernantes elegidos por voto deben ejercer el mando solo por tiempo determinado. Cumplido su mandato, el elegido debe dejar el poder para que lo ejerza otro.

A medida que el sistema republicano iba desarrollándose en las sociedades que lo asumieron, surgieron sus defectos, así que tocó perfeccionarlo. El desarrollismo, en cuanto teoría económica, encontró que un periodo podría resultar insuficiente para terminar de ejecutar planes y programas de gobierno que nunca deben bajar del quinquenio, así que se acordó permitir que un gobernante que ya haya sido elegido una vez vuelva a postularse para un segundo periodo, pero eso es todo. Este sistema se basa en la democracia, que considera que todos los habitantes de un país son iguales ante la ley y, por tanto, tienen la misma capacidad para gobernar. Si uno ya fue elegido, y ejerció hasta una segunda vez, luego debe dejar que lo hagan otros. En las repúblicas no hay iluminados, no existen individuos a quienes el destino, o algún dios, le han dado la tarea de gobernar. Lo que existen son personas que, a través del voto, reciben el mandato de gobernar a nombre de todos los demás. “Mandato” significa “encargo o representación” así que, más que gobernante, el mandatario es el primer servidor público, no el rey que hace lo que le place, ejerce el poder hasta su muerte y hereda su cargo a sus parientes.

Si se aplica estos dos sistemas básicos de gobierno como moldes para saber cuál es el que se aplica en nuestros países, entenderemos que las monarquías son autoritarias y verticales mientras que, por el contrario, las repúblicas tienen tendencias democráticas. Cuando alguien quiere ejercer el poder por siempre, no es un demócrata, sino un monárquico y si, además, usa la fuerza para lograrlo, entonces es un tirano.

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